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El inicio de la precampaña y la nueva guerra de Corea que quería declarar el conseller Rañé me han apartado de mis propósitos desconstructores. Pero un compromiso es un compromiso, y mientras el triunvirato del heptapartido insista en desconstruir España, yo seguiré aplicando su metodología con la Cataluña que ellos quieren imponer. Hay que hacer pedagogía, como Montilla, y hasta dar clases, como Maragall (aunque su alumno Carod le ha recordado que quien manda en el colegio es él). Hay que imitarles en lo adjetivo y reivindicar una Cataluña plural, una Cataluña en la que todos estemos cómodos, etc.
 
Poco cabe esperar de la capacidad de los nacionalistas –abiertos o vergonzantes, de izquierda o de derecha, radicales o moderados– para entender y gestionar realidades tan complejas como las que configuran las sociedades del siglo XXI, cuando no han conseguido siquiera admitir con normalidad que Cataluña tiene dos lenguas. No parece tan difícil. Cuesta entender a qué pluralidad apelan todos los días quienes no reconocen esta obviedad. Analizan, proponen y planifican tomando como premisa que una de las lenguas es propia. Y, por tanto, la otra no.
 
Es cierto que el artículo 3 del Estatuto de Autonomía de Cataluña comienza afirmando que "la lengua propia de Cataluña es el catalán". Tiende a olvidarse esta otra parte del artículo: "La Generalidad garantizará el uso normal y oficial de ambos idiomas, tomará las medidas necesarias para asegurar su conocimiento y creará las condiciones que permitan lograr su plena igualdad en cuanto a derechos y deberes de los ciudadanos de Cataluña". ¿Qué medidas se toman para asegurar el conocimiento del castellano en Cataluña? Ninguna; los nacionalistas consideran que los niños catalanes ya lo aprenden debido a su masiva presencia social y mediática. ¿Qué hay entonces de la "plena igualdad de derechos y deberes"?
 
En el oasis se da por sobreentendido que en un indefinido pasado aquí sólo se hablaba catalán... hasta que llegaron los opresores. Pero lo cierto es que nunca jamás en la historia se ha hablado sólo catalán en Cataluña; el catalán siempre ha compartido su espacio de influencia con otros idiomas. Hoy, la mitad de los catalanes tiene como primera lengua un idioma impropio –o no propio– de su comunidad, justificación última de una diglosia que, como todos sabemos, contradice una norma superior al Estatuto: la Constitución, cuyo artículo Tercero, está dedicado específicamente al castellano y cuyo artículo 14 establece la igualdad de los españoles ante la ley.
 
El resultado práctico es un, digamos, bilingüismo definido por el uso defectuoso, oral y escrito, de ambas lenguas. Quienes podemos hablarlas y escribirlas sin errores estudiamos generalmente en castellano antes de la inmersión y nos esforzamos por nuestra cuenta con el catalán. ¿Tan difícil es admitir que lo justo en una sociedad bilingüe es una educación bilingüe que capacite de verdad en ambas lenguas? Las lenguas no son atributo de los territorios sino de los hombres, sin embargo salta a la vista que cuando el artículo 3 del Estatuto dice "Cataluña" no se refiere al conjunto de los catalanes. ¿Qué significa pues? ¿El terruño, las piedras, los árboles? ¿Callan o se agitan al viento en catalán? Puro esencialismo.

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