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John Maynard Keynes comparó las inversiones en bolsa con los concursos de belleza que en su época organizaban los periódicos, donde cada concursante, según sus palabras “tiene que elegir no las caras que más le gustan a él sino las que considera más probable que les gusten a los otros, los cuales están enfrentándose al mismo problema desde la misma perspectiva.”

Cada inversor tiene sus propios gustos, pero eso no importa. La cuestión es adivinar el gusto de los demás, la opinión media. En esta difícil tesitura, lo que hacían los participantes de los concursos de belleza y lo que hace siempre el inversor es, según la teoría de juegos, buscar un rasgo distintivo (en términos técnicos, un punto focal) y aferrarse a ese referente esperando que los demás hagan lo mismo. Un hoyuelo en el mentón o una nariz algo más prominente de lo que aconseja el canon es un punto focal en el concurso de belleza. En bolsa, el punto focal puede ser cualquier peculiaridad que parezca infringir ligeramente el canon, es decir, los intachables fundamentos materiales de la empresa.

Cuando Terra salió a cotización pública en noviembre de 1999 a 11’81 Euros por acción, triplicó su valor el primer día. Su evidente punto focal no era otro que constituir la gran apuesta en Internet... de la empresa más solvente de España; se cumplía tanto el canon como su ligera infracción. Los inversores que esperaron tres meses para vender, pudieron hacerlo ¡a 157 Euros! Luego empezó el descenso. La fusión con Lycos, entonces el tercer portal de Estados Unidos, adquirido por capricho de Villalonga al astronómico precio de más de dos billones de pesetas, lejos de consolidar el valor, supuso el penoso declive que ha llevado a la acción a mantenerse en los últimos tiempos en torno a los cuatro, cinco o seis Euros. Ahora los gestores de Telefónica han declarado que Terra es un valor plano. Es decir, que no hay ninguna expectativa de que se mueva de ahí.

La historia de Terra daría para una novela. Originada en una microproyecto de avispados emprendedores catalanes con dinero público, la Generalitat acabó regalándosela (o vendiéndosela simbólicamente por cuatro perras) a sus subvencionados. El gobierno catalán cedía a las protestas de Esquerra Republicana de Catalunya, que consideraba ignominioso que la Generalitat poseyera un buscador de habla hispana, y que encima se llamase ¡Olé! Luego Pep Vallés hizo el negocio del siglo cuando Telefónica decidió comprar el invento.

Hoy se achaca la OPA de exclusión, y la próxima salida de Terra de la Bolsa, a la crisis del modelo de negocio. Es posible que así sea, pero cuando Telefónica pagó aquella indecente cantidad por Lycos, todos los que sabían algo del modelo de negocio en Internet lo consideraron un absurdo, empezando por los propios beneficiados, los creadores de Lycos, que fueron los primeros en largarse de ahí en una nueva versión de Toma el dinero y corre. Porque, entre otras cosas, este modelo de negocio se basa en que los principales activos de un portal son el conocimiento (parte de él intransferible) y el personal estilo de gestión de sus fundadores. Villalonga dejó escapar todo eso y se quedó con el resto.

Keynes y los teóricos de juegos nos dirían que una cosa es tener algún rasgo distintivo interesante y otra muy diferente ser un bodrio. La ruptura del canon tiene un límite, muy estrecho por cierto, y lo de Terra ya no eran ni hoyuelos ni narices griegas: era un adefesio descomunal.

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