Menú
Juan Carlos Girauta

Miguel Ángel

Persiste la cabeza atravesada del hijo de un albañil. Los boquetes por donde se marcharon el músico y el economista. Viviendo iba a redimir a una familia modesta. Muriendo redimió a España. ¿O no?

Con Ermua, tampoco la etimología es pacífica: erial o frontera. Ambas posibilidades invitan a metáforas brutales. Páramo moral de un período de curas trabucaires, políticos viles y grupos humanos convertidos en jaurías, elevando plegarias por los asesinos, urdiéndoles pretextos metafísicos de sangre, tierra y espíritu del pueblo. Pero los muertos... ¿A quién se le ocurre mentar a los muertos?

Período que, en vez de cerrarse y acabarse, como parecía, renace con las piruetas de un Gobierno insensato o traidor, trazando un nuevo bucle melancólico y presentando esta vez sus oscuridades en el envoltorio aséptico de los mediadores internacionales. Y vengan maletines y comunicados, boletines y negociaciones. Y sobre el envoltorio, un lazo que el inepto de Moncloa se dispone a estirar, activando la bomba final.

Ermua como frontera es la segunda metáfora. Creíamos que allí habían sido interceptados el mal, la indignidad, la burla sangrante. Parecía, sí, el límite al que había llegado España. Y todos a la calle para llorar a un joven como nunca antes se había llorado. Dolor desatado por donde se escapaban dolores más antiguos, secretos, acallados, revestidos, ocultos, vergonzantes. La Nación al unísono gritando basta ya, se acabó, hasta aquí hemos llegado. Hasta Ermua.

Persiste la cabeza atravesada del hijo de un albañil. Los boquetes por donde se marcharon el músico y el economista. Viviendo iba a redimir a una familia modesta. Muriendo redimió a España. ¿O no? ¿Dónde fueron a romper las oleadas de dignidad? ¿Qué fue de tantos espíritus resueltos?

Ermua vuelve a significar páramo. Renuncia y desolación. Espeluzna pensar que todo fue un gran fuego de artificio, un despliegue de afectos cuya eficacia se limitó al partido del mártir, que abandonaría para siempre cualquier esperanza que no pasara por la ley, la persecución implacable, la justicia, la pena.

Los de las dos mesas, los de las razones de Patxi y de la ETA, los de la "paz" para el "conflicto" no podrán invocar en toda su existencia conflicto mayor que el de Miguel Ángel con su agonía y con sus balas, escogidas por los patriotas vascos de un calibre menor para infligir el mayor sufrimiento y la muerte más lenta.

El ultimátum, con sus cuarenta y ocho horas, añadiría el ingrediente dramático de un compás de espera perfectamente inútil ante la fatalidad. Desde el Nuevo Testamento, hay martirios que parecen trazados para redimir. Pero el hombre sigue siendo libre, y puede preferir el mal. A la vista está.

En España

    0
    comentarios