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Juan Carlos Girauta

Mirar atrás

Hemos echado tanto almíbar a la Transición que ya no recordamos sus circos y cloacas. Ni la demagogia infinita de tantos creadores de opinión como se pusieron a las órdenes del infecto felipismo.

Cuanto más me instan a mirar adelante, más atrás quiero yo mirar; la antigüedad está llena de noticias de actualidad. ¿Qué tal dos mil quinientos años atrás? Tarquinio el Soberbio, calificado despotes por los griegos, actuó sobre el tiempo y sobre el poder mediante dos graves operaciones: cambió el calendario, inaugurando la era capitolina, y acabó con una monarquía que había empezado en Roma su política de grandes obras con el Circo Máximo y la Cloaca Máxima.

Carezco de la pericia que lleva a otros letraheridos y amantes de la historia a forzar paralelismos hasta la extenuación. Lo brevemente analógico me agrada. Más allá sólo hay parques temáticos de palabras, fallas valencianas. Espero evitar pues los excesos analógicos.

El Circo Máximo y la Cloaca Máxima de la monarquía son atracciones irresistibles para el juego de espejos deformantes Roma-España. Circo y cloaca que glosan la incipiente monumentalidad de un régimen remoto tanto como ilustran la prematura defunción de este por falta, justamente, de grandeza.

Hemos echado tanto almíbar a la Transición que ya no recordamos sus circos y cloacas. Ni la demagogia infinita de tantos creadores de opinión como se pusieron a las órdenes del infecto felipismo. Ni la demencial arquitectura del poder territorial: una parte de la Constitución opera como desagüe del resto si median (¡y vaya si median!) suficientes abusos, traiciones y latrocinios de las castas políticas locales.

Tuvo que llegar Rodríguez el Soberbio, con sus operaciones sobre el tiempo (o su memoria) y sobre régimen, para que algo parecido a un pueblo despertara indignado de su sueño de almíbar. ¡Ah, cuán rotundo ha sido el rechazo al último representante de la era de circos y cloacas! Pero de nada sirve el despertar sin un gran partido dispuesto a articular y canalizar tan creativo descontento.

Ese partido no puede ser débil ni contemporizador con quienes se han conjurado para destruirle a él, y con él a la libertad, y con la libertad a la Nación. Ese partido no puede encabezar regeneración alguna si en los momentos críticos se alinea con el despotes.

Conocían los griegos como "terrores pánicos" al miedo que no procedía del recto juicio. Un miedo infundado. Se entendía como un castigo de dioses iracundos. Pero ya no hay dioses iracundos. Ni fuera del recto juicio hay política. Los cálculos electorales no merecen tal nombre.

En España

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