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Juan Carlos Girauta

No son siglas

Son diez millones de personas y una profunda, potente y ancha corriente de opinión. No se puede gobernar aislando a medio país, ni se puede censurar sin más la expresión de tantos críticos con el estado de cosas

Como piensan en siglas, y razonan y actúan por consignas, a estos insensatos les parece conveniente y viable el aislamiento y -¿por qué no?- la prohibición. PP y COPE: siglas al fin. Para los primeros, jarabe del Tinell, pactos que no hay que reeditar porque están vigentes, ni hay que extender su ámbito de aplicación porque ellos mismos contemplan su alcance a todas las instituciones del Estado. Lo único sorprendente es constatar hasta qué punto la firma del PSC obligaba también a Zapatero. ¿O no?
 
En cuanto a la cadena, se orquesta una campaña general y personalizada, se aliña con atavismos anticlericales, se descontextualizan fragmentos de intervenciones orales para recopilarlos, falseados, en libros apresurados que obtendrán rápida difusión y sospechosa promoción. A Rajoy le regalan un ejemplar en pantalla después de su interrogatorio en Canal 33 por unos dequeístas muy sobrados. Si la ofensiva desconcierta es porque a nadie se le ocurre hacer lo propio en el ámbito liberal conservador -y mucho menos de forma orquestada- con el repugnante material que los propagandistas del nuevo Frente Popular produce a diario. El doble baremo un es mal característico de este pobre país. Lo contrajo en las épocas gloriosas del Comintern y funciona gracias a una ventaja superable: fuera de la izquierda apenas se sabe utilizar la propaganda.
 
La ofensiva mediática alcanza su punto culminante en Cataluña en cuatro páginas completas (2 a 5) y un editorial de El Periódico del domingo 30 de octubre que incluye fotos de los objetivos, medias mentiras y mentiras completas, insultos e insidias. El despliegue de odio sirve a objetivos políticos específicos y oportunos. El más claro es proveer al poder público de justificación para prohibir las emisoras, al menos en esta zona de España. Espero que no acabe sirviendo a otro objetivo; no quiero pensar en El Mono Azul y su sección A paseo. ¿Por qué nadie recuerda las reacciones del diario de Asensio tras el atentado contra nuestro editor a principios de los ochenta? Hacerlo ya, ahora mismo, sería de lo más instructivo.
 
Pero ni PP ni COPE son meras siglas a ubicar en circulitos, letras a las que dirigir flechitas sobre una servilleta de papel. Son diez millones de personas y una profunda, potente y ancha corriente de opinión. No se puede gobernar aislando a medio país, ni se puede censurar sin más la expresión de tantos críticos con el estado de cosas. Seguir intentándolo sólo empeora las cosas. La España políticamente articulada en torno al PP, a la que se niega de hecho y a diario la legitimidad, seguirá estando ahí. Y la opinión censurada buscará cauces alternativos; la única manera de cerrárselos todos es acabar con la sociedad abierta. El nuevo Frente Popular y sus propagandistas se están haciendo mucho daño a sí mismos al perseverar en estas dos empresas imposibles.

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