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Juan Carlos Girauta

Palabras de cartón

Ser de centro es estar entre el fraccionamiento y la unidad de España, entre callarnos del todo y decir lo que pensamos. Ser de centro es estar entre Ternera y Aznar.

Hay ciertas palabras que no entiendo. Me topo con un pavoroso vacío cuando trato de adjudicar contenido a vocablos que mueven o conmueven a muchos. Desde siempre me ha sucedido con la voz catalana germanor, a cuyo calor se atemperaban las guitarras en torno a fuegos de campo, adolescentes. Algo tenía que ver la germanor con lazos que se estrechaban, con grupos y relatos hasta entonces deshilvanados. De algún modo aludía a abrazarse a reivindicaciones de la tierra, a reclamar pasados plenos y, digamos, nacionales. Pasados que nadie ha conseguido aún explicitar, a despecho de la lluvia de dinero con que hemos regado tanto hermanamiento.

Es el caso asimismo de solidaridad. Designa al sindicato polaco por donde se resquebrajó el comunismo, sí. ¿Pero qué más? Inútil acudir al diccionario, que no tiene nada que ver con todo esto. Reconocemos, de nuevo, la capacidad de unas sílabas pegadas a la hora de aflojar los bolsillos. Concita el término adhesiones a las causas más vanas, reúne aprovechados, ablanda al cicatero. Es apto para sacar del paro al solidario, pero nunca mejora la situación de los seres objeto de solidaridad. Encubre unas veces obscenos corporativismos y otras priva de consecuencias el delito. No sé qué quiere decir.

Se me resisten muchas otras palabras. Iré directamente a la peor: centro. Fuera de la estricta topología, ¿dónde está su sentido? Conozco, por Borges, la esfera de Pascal: la naturaleza, o Dios, es "una esfera espantosa cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna". Quizá la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas, dejó escrito el argentino.

El "centro" de Pascal no es propiamente el centro de nada, es un extremo en extremo expresivo. Otra cosa es el "centro" al que propenden nuestros políticos, la más estúpida de las metáforas, la no idea. Con ella, fieros profesionales de la política evitan ser expelidos por el sistema a base de embotar nuestros sentidos, de modo que ubiquemos lo cabal y sensato (¡ah, el sentido común!) en ciertos puntos intermedios: ser de centro es estar entre el fraccionamiento y la unidad de España, entre callarnos del todo y decir lo que pensamos. Ser de centro es estar entre Ternera y Aznar.

A la negra luz del centrismo, la Constitución es por fuerza extremista, pues zanja sin contemplaciones un debate: patria común e indivisible. Punto. También el Código Penal, que penaliza el asesinato sin distingos. El lerdo establishment español, prostituyendo a Pascal, ha hecho de la política una esfera espantosa cuyo centro está, si no en todas partes, sí en cualquier espacio donde habiten la traición y la renuncia.

En España

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