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Juan Carlos Girauta

Pocas luces

El apagón ha permitido evaluar el sentido de la responsabilidad de nuestros munícipes, retratada jocosamente por Alberto Fernández, que ha acusado a Imma Mayol de profesar un

La ventaja que tiene pasar el verano en Barcelona es que, cuando se viene todo abajo por lo que llaman "exceso de demanda energética" (y que en realidad consiste en nuestra enojosa manía de guardar los alimentos en la nevera y no macerarnos en nuestro propio sudor), siempre puedes soñar que estás en Dacca, Bangladesh, de vacaciones. A la Red Eléctrica Española se le cae el sistema y su única explicación es que ellos invierten mucho por estos pagos. Supongo que se ponen el parche antes de una herida que va a llegar en forma de reproches por la falta de inversión en infraestructruras.

Algo de eso hay, como también una completa falta de previsión por parte de un ayuntamiento que lleva tres décadas en las mismas manos. Manos que no han sido capaces de pergeñar un plan de emergencia con cara y ojos. El apagón ha permitido evaluar el sentido de la responsabilidad de nuestros munícipes, retratada jocosamente por Alberto Fernández, que ha acusado a Imma Mayol de profesar un "ecologismo de dos velas". Las obsesiones apocalípticas e identitarias no sólo son ajenas a la vida y necesidades de la gente; también están en el origen de las negligencias de nuestros gestores.

Centenares de miles de catalanes se han quedado sin poder trabajar. Han cerrado los comercios perdiendo dinero y mercancías. La comida se pudre en las neveras. Los ferrocarriles, metros y tranvías no han funcionado. Todos los semáforos de Barcelona se han apagado. En el Hospital Clínico se ha hecho la oscuridad e innumerables pacientes se han visto perjudicados, algunos quizá fatalmente. ¿Quién va a pagar el estropicio?

Los barceloneses estamos expuestos a varios azotes que se superponen: a la queja permanente de nuestra clase política, que ha minado la racionalidad y ha envenenado la convivencia, se suma la insufrible incompetencia de esos mismos quejicas, que han encontrado en la llantina irresponsable un formidable modus vivendi.

Los sucesivos gobiernos de España se han engañado, y nos han engañado, haciendo ver que reservar el Ministerio de Industria a catalanes garantizaba, además de una buena gestión (vaya usted a saber de dónde sale tal superstición), el contento de la sociedad del Principado. Pues acaban de comprobar lo mucho que se han preocupado por nosotros y por nuestro bienestar esos ilustres haraganes.

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