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Juan Carlos Girauta

¿Qué quieren que digamos?

La nueva responsable de la radio pública catalana, una tal Minobis, es la misma que permitió que en el programa que dirigía en RNE se llamara “perfecto imbécil” al presidente Aznar. Si ahora deja que llamen perfecto imbécil al presidente de la Generalidad sabremos que al menos no hace diferencias con sus jefes. Mientras, TV3, en hora de máxima audiencia, ha distinguido a LD como uno de los grandes culpables de la mala imagen de Cataluña. Poco han tardado en adquirir los vicios que le achacaban a Pujol, sólo que ellos, como suelen, han ido más lejos.
 
Lo que pasa es que vienen con muchas ganas. El primer día ya prometieron drama e hicieron saber que lo suyo no tenía vuelta atrás. Manipularon la figura del monarca atribuyéndole una frase de la que ahora se sirve el visitante de Ternera para plantarse en el Congreso de los Diputados. Han amenazado a empresas multinacionales, al punto de tener que salir los sindicalistas a aplacar al mejorable Rañé, el conseller de industria que compite con los DVD de Martes y Trece desde que confundió repetidamente facturación con costes en un debate televisivo. Prometieron una subida de pensiones y tuvieron que desdecirse al día siguiente. Colocaron a hermanos de inciertos nombres, ignotos apellidos y desérticos currículos en cargos dotados con sueldos que superan al del Aznar. Debe ser que los servicios que prestan son asimismo superiores. Su conseller en cap se entrevistó con ETA siendo presidente en funciones. De momento, la merienda de Perpiñán ya le ha dado a los terroristas un respiro, sus cómplices objetivos vuelven a hablar de diálogo y los asesinos, con su capuchita, ya administran información sensible a su conveniencia y se les tiene por más fiables que a los aparatos del Estado. Muchas gracias, señor... bueno, no sé si decirlo porque, según parece, su verdadero nombre sería ¡José Vélez! Por último, han resucitado el lenguaje de la guerra, el “no pasarán” y el espantajo del 36, poniendo muy contentos a los más viejos del lugar. Y todo en apenas seis semanas.
 
Ante esto, ¿qué quieren que les digamos para que no nos señalen más con el dedo en su televisión? ¿Qué sigan así, que van bien? Tendremos que decir lo que pensamos, ¿no? Pues sinceramente pienso que un grupo de separatistas encabezado por Maragall y fascinado con la violencia (con ETA, con la guerra, con las amenazas, con las listas negras) puede acabar con la estabilidad política y económica de España y con la convivencia en Cataluña. Y lo harán salvo que reciban pronto un par de lecciones. La primera se la tiene que dar el PSOE con gestos más claros que la reciente constatación de Ibarra de que Maragall nunca paga. El presidente extremeño da en el clavo; Maragall pertenece a un peculiar tipo barcelonés que se considera por encima del bien y del mal. Son seres ajenos a cualquier responsabilidad y sin embargo convencidos de que las merecen todas. Pero hace falta algo más que denunciar a Maragall por repetidos sablazos en las cenas. Si el PSOE no quiere romperse después de las elecciones tendrá que comprender que abrir el debate tras su inevitable derrota es peor que hacerlo ahora. La segunda lección la tiene que dar el pueblo español, único sujeto de soberanía. Si el PP se acerca al millón de votos en Cataluña no habrá modo de que el proyecto separatista de Maragall y Carod prospere ni podrán seguir alimentando la ficción de que su voz, desafinada y bronca, es la de Cataluña. Al menos por un tiempo.

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