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Juan Carlos Girauta

Separatistas y separadores

Porque el Estatuto que Zeta impulsó y hoy viola es ley, guste o no guste. Y es su incumplimiento lo que ahora mismo está dando en Cataluña un nuevo arsenal al independentismo. Exactamente la actitud que se conoce como "separadora".

El agitador Blanco, de vocación roja, verde en formación, prensa amarilla y conciencia como ustedes se imaginan, ha rescatado la vieja dicotomía de los separatistas y los separadores. Se plantó en el congreso del PSC, partido aliado de los separatistas de ERC e infiltrado hasta la médula por el separatismo "no nacionalista" del amigo y filósofo de cabecera de Maragall, y en vez de afearles a sus compañeros el error, se fue al otro lado de la dicotomía para acusar de separadores a los del Manifiesto, gentes que fueron suyas y que hoy están asqueadas por la violación sistemática de derechos lingüísticos, pero también por la general deriva irracionalista del socialismo periférico y la claudicación del central.

De modo que en la era Blanco-Pajín el término "separador" se reserva a quien defiende la aplicación de la Constitución, empezando por su artículo 14. Pero, ¿hay realmente separadores? Sí, los hay, y de tres tipos. Está la ínfima extrema derecha, están los ciudadanos de izquierda y de derecha que se burlan de las lenguas vernáculas, abundan en el chiste regional y alimentan prejuicios. Están por fin los más peligrosos: los que mandan en el PSOE.

En materia nacional, el PSOE reproduce el mismo patrón esquizofrénico que le ha distinguido en su abordaje del terrorismo. Los mismos que montaron un grupo terrorista para secuestrar y matar etarras (dejando por el camino algún rehén y algún cadáver sin relación con ETA) son los que luego predicaron la negociación, aquietaron la justicia, incumplieron la ley y los pactos para facilitar la vida a los terroristas, pusieron a los fiscales en vergonzosa posición, alegraron los oídos de los asesinos, se entregaron a las dos mesas y, por boca de Patxi Nadie, llamaron a reconocer razones en la ETA.

De un partido tan contradictorio y oportunista cabe esperar la aplicación de políticas opuestas en otros asuntos. El mejor ejemplo es la cohesión nacional. El partido de la LOAPA dio alas, años después, a los nacionalistas de todo pelaje. El Estatuto que Zeta salvó del fracaso desmontaba el Estado diseñado en el 78 al introducir elementos tan separadores que Maragall pudo celebrar la presencia "residual" del Estado en Cataluña. Y de ese separatismo por interés y por alianza, hoy han ido a caer –de nuevo y por el otro extremo– en el incumplimiento flagrante de la ley. Porque el Estatuto que Zeta impulsó y hoy viola es ley, guste o no guste. Y es su incumplimiento lo que ahora mismoestá dando en Cataluña un nuevo arsenal al independentismo. Exactamente la actitud que se conoce como "separadora".

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