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Juan Carlos Girauta

Socialismo y buenas intenciones

Del matonismo de Pablo Iglesias a la nada absoluta de Rodríguez, pasando por el bolchevismo de Largo Caballero y el atraco al Estado de González. Queda Besteiro, caído en el olvido de los suyos, como gran excepción

El vario socialismo ha adoptado tantas caras a lo largo de la historia que nunca está de más volver a sus rasgos definitorios: colectivismo, planificación, coerción. El de ahora tendría cara amable y su preocupación por la justicia social sería compatible con la defensa de la libertad individual. Advirtamos de entrada que los fines igualitarios vía redistribución de la riqueza, que han acompañado siempre el ideario socialista, además de ser indisociables de unos impuestos altos, nunca se materializan como igualdad de oportunidades sino como arbitraria igualdad de resultados, algo desincentivador e injusto por definición.
 
Los más vistosos mecanismos de ingeniería social se bendicen ahora como formas de "discriminación positiva". Es asombroso cómo han penetrado en la burocracia de los mismísimos Estados Unidos so capa de defensa de la diversidad. Si en la primera democracia del mundo la diversidad se predica de los colectivos, olvidando la infinita diversidad de los individuos, ¿qué vamos a esperar de España?
 
Bueno, ejem, del socialismo en España ya sabemos lo que podemos esperar. Del matonismo de Pablo Iglesias a la nada absoluta de Rodríguez, pasando por el bolchevismo de Largo Caballero y el atraco al Estado de González. Queda Besteiro, caído en el olvido de los suyos, como gran excepción. Mientras el Labour Party se ha deshecho de todo lo que le sobraba a su bagaje ideológico, o sea, de todo, el PSOE abre el siglo XXI poniendo la buena voluntad, las buenas intenciones, por delante. El discurso de Rodríguez en la ONU es la más depurada expresión de este vacío.
 
Pero, ¿qué nos dicen sus buenas intenciones de la viabilidad y bondad de sus programas, métodos e incluso deseos? En 1976, Hayek señaló que en el momento de escribir Camino de servidumbre (1943), "socialismo significaba (...) nacionalización de los medios de producción y planificación económica centralizada", y que tres décadas más tarde había "llegado a significar fundamentalmente una profunda redistribución de las rentas a través de los impuestos y de las instituciones del Estado benéfico." Pero añadió: "Creo que el resultado final tiende a ser casi exactamente el mismo."
 
Sería fantástico que los liberales pudiéramos mantener grandes debates de ideas con la izquierda española. El motivo de que no lleguemos a conseguirlo podría radicar en que ellos, aplastantemente hegemónicos en los medios y la Universidad, no tienen necesidad de debatir nada. Otra razón podría ser que, como una excepción en Occidente, el guerracivilismo y la irracionalidad alimenten a un partido con responsabilidades de gobierno. Varios síntomas avalan esta opción: la descalificación sistemática, el grave etiquetado y la estigmatización de quienes, sin ser nacionalistas, les critican públicamente; su gusto por las movilizaciones callejeras, a pesar de que su voz se oye más que ninguna, estén en el gobierno o en la oposición; su abrazo con grupos esencialistas y premodernos consagrados a la ruptura del entramado institucional español como paso previo a la liquidación de la nación.

En España

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