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Juan Carlos Girauta

Un año de Estatut y de fastidio

Consideren los cuatro ciudadanos que votaron a favor de la pieza, mientras Cataluña se echaba la siesta, lo mucho que les ha aportado el estatuto. Pero háganlo cuando vuelva la luz, hayan echado a la basura los congelados y la esperanza

Pobre Montilla. Quien le haya escrito el artículo de El Periódico podría haberse esmerado más, al fin y al cabo da la cara el honorable president. Aunque lo presidido sea un razonamiento circular, pues no otra cosa es lo que el estatuto dedica a su naturaleza metafísica: "El Parlamento de Cataluña, recogiendo el sentimiento y la voluntad de la ciudadanía de Cataluña ha definido de forma ampliamente mayoritaria a Cataluña como nación". Que nadie se engañe; la torticera fórmula es, con mucho, lo más relevante de la vergonzante constitución catalana. Aunque contenga más mentiras que palabras. A ver.

El sentimiento no viene a cuento en una ley. La voluntad no se ha recogido: o se representa institucionalmente, cual es el caso, o no. Aunque cosas tan inadecuadas se "recogieran" con amplia mayoría en el Parlament, esta pasó a ser reducidísima al someterse la pieza a referéndum; tan reducida fue que la legitimidad es discutible. Por fin, ¿qué hace una ley (¡del bloque de constitucionalidad!) consignando un hecho legislativo menor a sí mismo (el parlamento ha hecho tal cosa) para vitalizar un preámbulo que determinará innumerables interpretaciones futuras?

Sirvan estas reflexiones de sincero homenaje en el aniversario de pieza tan meritoria como para haber provocado varios conflictos institucionales, sembrado la inseguridad jurídica en los catalanes, encabronado el ambiente político, mostrado con crudeza el divorcio insalvable entre unos políticos y la sociedad cuyos intereses deben defender, alentado a los separatistas, atizado la insolidaridad territorial, excitado el furor centrífugo de otras tierras de España (resueltas a que nadie la tenga más grande que ellas, la autonomía), acorralado al Tribunal Constitucional y enloquecido definitivamente a los viejos amigos de Terra Lliure cuando una corbata granate sobre camisa negra, un traje de Armand Basi , un chófer y unos metros cuadrados de moqueta habían logrado sedarlos.

Consideren los cuatro ciudadanos que votaron a favor de la pieza, mientras Cataluña se echaba la siesta, lo mucho que les ha aportado el estatuto. Pero háganlo cuando vuelva la luz, hayan echado a la basura los congelados y la esperanza, se reduzca el hedor, el ruido y el sofoco de los generadores eléctricos que salpimentan el verano barcelonés, logren escapar del vagón de cercanías tras varias horas de ahogo y lipotimias, recuperen las maletas perdidas en El Prat, transiten la caravana de setenta kilómetros en la autopista y superen la furia de ver a la ministra de Fomento pidiéndoles paciencia. Y de leer al negro de Montilla echándole la culpa al PP, que invirtió en infraestructuras catalanas mucho más que Felipe González y bastante más que Rodríguez. Sus conmilitones.

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