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Puede que su sucesor no escuche la radio y que su medio de referencia sea un diario deportivo, pero el presidente, a la hora de despedirse, ha escogido La Mañana de la COPE, todo un gesto para con los liberales. Ante don Federico, Aznar ha desgranado ideas capitales que aquí siempre se han defendido. Apenas encontramos en la entrevista motivos de reproche. El único, que citaré primero para que no enturbie el resto del artículo, atañe, como no, a la cuestión de los medios: ni una sola palabra sobre el antenicidio y una airosa negativa a citar por su nombre al PFFR. Comprensible lo primero, dadas las circunstancias; venial lo segundo.
 
En España, observa Aznar, el problema de radicalización no lo tiene la derecha sino la izquierda, cuya mayor legitimidad histórica niega. Tomen nota aquellos populares que, so capa de no sé qué centralidades y moderaciones, caen en esta peligrosa trampa. Recuerda el presidente los insultos y amenazas sufridos por los interventores del PP en la jornada electoral. Reproduce algunos y se humaniza con una palabra que suena extraña en su boca: puta.
 
Nos parece estar oyendo un resumen de nuestras posiciones: “todos contra el PP” no es un programa político; el 11 S fue una declaración de guerra al mundo occidental; España habría sido atacada con o sin intervención en Irak; si tiramos la toalla acabarán con nosotros; lo ocurrido el 11 M tuvo una influencia sustancial en el resultado electoral; la retirada de las tropas es una tragedia para España, y parte del daño ya está hecho; hace falta reforzar la identidad nacional; es un error reabrir el pacto constitucional con los proyectos de nuevos estatutos. Amén.
 
No se le escapa al presidente que tanta calumnia e infamia como ha venido soportando son campaña y no clamor espontáneo. Recuerda a Churchill (las grandes naciones suelen ser ingratas) y reconoce el sufrimiento acumulado en los últimos días. Cuando el entrevistado advierte que los que han mentido y vulnerado la jornada de reflexión no se saldrán con la suya, don Federico habla de justicia poética, pero culmina con lo que todos quisiéramos decir en ese momento: “Le agradezco lo que ha hecho por la derecha española y por España”. Quién sabe lo que será de ambas sin Aznar, quién sabe hasta qué punto el irónico, duro y eficiente Rajoy comparte los principios del hombre que le ha puesto al frente del único partido nacional, quién sabe hasta qué punto está dispuesto a defenderlos.
 
Es una despedida triste por el dolor profundo y reciente, por el linchamiento. Aznar despierta el odio africano (no sólo norteafricano) de los enemigos de España, que no le perdonan la revitalización de la nación y han tenido que inventarse una involución autonómica y un talante antidemocrático que no han existido más que en su frustración, hoy obscenamente satisfecha y dispuesta a la venganza. Pero Aznar va a seguir siendo, quizás a su pesar, el referente de muchos millones de españoles. Prosperidad, dignidad, respeto a los valores. Bendiciones que tocan a su fin, salvo que saquemos fuerzas de flaqueza. Habrá que empezar por aclarar algunas cosas con la derecha vergonzante. Sin esta necesaria puesta a punto, la obra de Aznar se arruinará en el combate.
 

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