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Juan Carlos Girauta

Voces arbóreas

El hombre libre elige sus compromisos, decide quién merece su fidelidad. Yo no he visto mi firma en ningún contrato social o nacional

Hablan los elegidos de sus desvelos, de la trabajosa custodia de una memoria oscura con sus enemigos y sus banderas y sus guerras, de su disposición insobornable a alimentar las ascuas de una nación cuyo origen se pierde en la nada, como es natural. Hablan de la esperanzada zozobra de las noches y los siglos en vela que en unos años, nada, se verá recompensada, resuelta la incógnita de nuestra identidad. Vamos a ser —prometen o amenazan— porque queremos ser. Si se empeñan…
 
Sólo que yo no soy de la lengua, la lengua es mía. Sólo que la lengua no es de la tierra, ni lo somos nosotros porque no somos árboles, como lo son sin duda quienes emiten las voces, árboles de carne agarrada al suelo. Inamovibles, frondosos prisioneros voluntarios. Tenemos varias lenguas y todas las tierras, y ninguna nación, verdadera o falsa, está en el centro de nuestra identidad; acaso en una lejana periferia. ¿De qué ensueño brutal, de qué sugestión hipnótica habéis sacado que venimos obligados a ciertas fidelidades por nacer aquí o allá? El hombre libre elige sus compromisos, decide quién merece su fidelidad. Yo no he visto mi firma en ningún contrato social o nacional.
 
Pero insisten las voces: hay una fuerza muda removiéndose a través de las generaciones, y la historia ha de hacerle justicia. Honraremos el empeño y el sacrificio de quienes con tanta imaginación y clarividencia supieron advertirnos de la nueva empresa mientras España defraudaba a todos en 1898, y todos la negaban. No recuperamos nombres, pues los nombres no se habían olvidado; decidimos simplemente otra interpretación. Así, a principios de siglo XXI podemos atribuir nuestras mismas categorías e intenciones a seres de principios del siglo XVIII, y aun anteriores. Hay una constelación de nombres que nos guarda: Villarroel, Casanova, Muntaner y Aribau no son calles paralelas de Barcelona sino dos glorias del valor y del honor en la derrota, un cronista de hazañas fabulosas y un poeta nacional.
 
Pero a mí me atañen todos los poetas y la crónica de todas las hazañas, y la poesía que menos me conmueve es la que urde o fantasea naciones. Villarroel proclamó “luchamos por nosotros y por toda la nación española”, por eso, como a Casanova, lo habéis reinventado. ¿Consumir nuestras vidas en la construcción nacional, “haciendo país”? Un proyecto para gente desocupada. Estáis a punto, plúmbeos, aburridísimos amigos, de dar un pasito más en la larga marcha: ahora un nuevo Estatuto, con todas las reservas mentales pero nacional. Ingente, predestinado, demencial trabajo dirigido a que vuestros nietos, algún día, sean libres. Sólo que ya somos libres. Qué tremendo cansancio, no hay manera de razonar con los árboles.

En España

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