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Juan Carlos Girauta

What a dreadful world

Menos ambiciosos que Voltaire y menos ingenuos que sus epígonos, centrémonos nosotros en una nadería: el modo en que la progresía aprovecha los desastres.

Nueva Orleans trastornada y hundida. Del Carnaval a los negros ahogados, la ciénaga venía pretendiéndolos. Es un mundo lejano, más lejano que todas las Américas, tan lejano que aquí en el Ampurdán la radio trae piadosas locuciones del Midi: mais c’est une ville française! –repiten compungidos. La ven cercana y suya. Me llena de estupor; podríamos llamar “ciudades españolas” a tantas en el mundo… Louisiana se empeña en sugerirme sonidos de Tom Waits, que nació en California. Y nada del nativo Louis Armstrong. What a dreadful world!
 
Es un mundo espantoso. Desde que Voltaire, ante el terremoto de Lisboa, escribió contra la Providencia, no hay que insistir. Sus epígonos, si es que así puede llamarse a herederos que no lo han leído, son gente muy ingenua y, a pesar de lo que suponen, muy creyente: si Dios existe, dicen, ¿por qué consiente esto? La teología les viene respondiendo con el argumento de la libertad, así que no hay nada que hacer, porque a ese lado de la vida la palabra “libertad” significa otra cosa. O nada. Menos ambiciosos que Voltaire y menos ingenuos que sus epígonos, centrémonos nosotros en una nadería: el modo en que la progresía aprovecha los desastres.
 
Porque de los desastres se aprovecha todo, como del cerdo. He leído algunas cosas formidables: que el huracán ha precipitado la caída del imperio americano, que la crisis comercial que se deriva (ahí está el mayor puerto de América) y la paralela crisis energética (plataformas petroleras del Golfo de México arrasadas) anticipan la debacle del capitalismo, que, de todas formas, como cualquiera sabe, es inevitable y tal.
 
Insisten en que Nueva Orleans precisaba de una protección que no tenía, en que los efectivos humanos que debieron acudir de inmediato tras la catástrofe estaban en Irak. La inquietante ciudad de Angel Heart -donde Mickey Rourke descendió a los infiernos tras conocer al diablo, Robert de Niro- no estaba, en efecto, protegida de los huracanes. Supongo que tampoco lo estaría con Clinton.
 
Hay medidas que las fuerzas de la naturaleza ignoran. Una legislatura demócrata o republicana es una muesca invisible en el tiempo y es nada en el pandemónium de los meteoros. Katrina no ha consultado El estado del mundo de 2005 para derribar diques, arrasar viviendas y segar millares de vidas. Pero en la siniestra fiebre del pillaje, de las pandillas armadas que tirotean helicópteros, de la deshidratación y del caos, ninguna rata se ha quedado en su alcantarilla. Hay uno que, con la autoridad que le confiere haber actuado en El señor de los anillos, pide cárcel para Bush y su gobierno.

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