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El otro día me sorprendí a mí mismo con la siguiente reflexión privada que paso a hacerles pública a todos ustedes: si yo fuera director de un periódico, de una televisión o una emisora de radio... ¿a quién contrataría antes, a un buen periodista o a una buena persona? Me sorprendí, decía, porque mi respuesta mental fue la siguiente: "a una buena persona". Sin titubeos. Contundente. "A una buena persona". Al compartir mi inquietud con mi amigo Rubén Uría -quien, por cierto, compatibiliza sin aparente dificultad ambas cualidades: es un buen periodista y una buena persona- me respondió: "está muy claro, una mala persona no podrá ser nunca un buen periodista". Me dejó helado, estupefacto por la enrevesada simplicidad de su argumento. ¿Así que el distanciamiento, las malas maneras, el secretismo no tienen por qué ser siempre sinónimo de genialidad? ¿Era eso? ¿Si me encuentro con un estúpido y engreído, con un patán poseedor de medio milímetro escaso de "gotelé" cultural no tengo por qué hacerle la "ola"? Genial.

¿Por qué creo que Iñaki Sáez se merece la oportunidad de dirigir a la selección absoluta de fútbol? La primera respuesta es otra pregunta: ¿y por qué no? No me parece probable que el técnico vasco pueda hacerlo mucho peor que sus antecesores en el cargo. En cualquiera de los casos, si no ganamos absolutamente nada con él, habrá igualado el historial de Suárez, Clemente, Camacho y compañía, todos ellos reputados entrenadores, profesionales de abundante pompa y boato, reconocidos a nivel internacional y con ayudita de los medios de comunicación afines en cada caso. No me puedo creer que alabemos el hecho de que España haya acabado quinta en el Mundial, y mucho menos aún que la Federación de Historia y Estadística del Fútbol (que vaya usted a saber quién trabaja en la Federación de marras) nos avance un puesto, o incluso un par de ellos en su clasificación general.

Basta de listillos con mala leche. Y ya está bien de esa monserga que sostiene que el puesto de seleccionador deba ser un "accesit" para quien lo ocupe, la culminación a una brillante carrera, una suerte de homenaje popular con presupuesto a cargo del erario público. Yo lo que quiero son títulos, y lo que digo es que para no lograrlos -como por otro lado nos lleva sucediendo desde el 64- prefiero que se homenajee a un tipo simpático y afable antes que a un gañán con ínfulas de catedrático de física cuántica de la Universidad de Harvard. Una cosa más: ¿se imaginan que Iñaki Sáez lograra la Eurocopa de 2004? Sólo espero que le dejen trabajar tranquilo, y que a nadie se le ocurra preguntar eso de "¿y éste con quién ha empatado?", porque resulta que el genuino rey del empate no fue otro que Javier Clemente.

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