Me gustaría saber qué pasó por la cabeza del señor Stephen Constantine, seleccionador nacional de India a quien no tengo el gusto de conocer, a la hora de votar a Fernando Morientes como mejor futbolista del año 2003. Sería curioso saber qué pensó exactamente y por qué eligió al "moro". No digo que Morientes no sea un buen delantero (¡mejor que Portillo de aquí a Lima!) pero no parece que el goleador del Mónaco estuviera en ninguna de las quinielas. Como tampoco estaba su amigo Raúl. ¿Qué pasa con él? ¿Por qué se le resiste el definitivo espaldarazo internacional? Resulta descorazonador que de todos los seleccionadores nacionales que votaron el FWP sólo dos –Paul Smalley de Nueva Zelanda y José da Luz de Santo Tomé y Príncipe, dos "superpotencias"– le eligieran como mejor futbolista del año que ahora concluye. Raúl está ahí, pero al mismo tiempo no está. Es la bandera de un club como el Real Madrid, pero se queda siempre con la miel en los labios. ¿Le sigue fallando el marketing? Puede que sea así.
En cuanto al resultado final de las votaciones, no creo que nadie ponga en tela de juicio que Zinedine Zidane continúa siendo de largo el mejor futbolista del mundo. Entre el francés y Ronaldo, otro "clásico" de esto de los premios, se coló Thierry Henry. Lo que está claro es que desde que empezó a otorgarse el FWP allá por 1991, salvo quizá en el caso de su primer ganador que fue Lothar Matthaeus, a quien adornaban otras virtudes, los seleccionadores votan a aquellos futbolistas capaces de hacerlo bonito y efectivo al mismo tiempo: Van Basten, Baggio, Romario, Weah, Figo, Rivaldo... Todos fueron jugadores imaginativos y desequilibrantes, futbolistas que -al contrario de lo que pensaban los "resultadistas"- resolvían partidos esquivando la pizarra y las "tácticas-corsé".