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Juan Manuel Rodríguez

Ajedrez: el monstruo y el juego

En el año 1989, Garry Kasparov, para muchos especialistas el mejor ajedrecista de todos los tiempos, se impuso a la computadora Deep Thought (Pensamiento Profundo) en 41 movimientos. Siete años más tarde volvía a vencer, en esta ocasión a la famosa Deep Blue, otro invento de los ingenieros de la IBM. La máquina podía calcular cien millones de posiciones por segundo, dominaba el "juego ciencia", pero carecía de las virtudes que, según Vladimir Nabokov, debían adornar a un buen ajedrecista, "originalidad, inventiva, concisión, armonía, complejidad y una espléndida falta de sinceridad". Pero en 1997, contra una versión mejorada de la vieja Deep Blue, el ruso hincaba la rodilla por 3,5 a 2,5. Resulta que los informáticos, asesorados por los grandes maestros Miguel Illescas y Joel Benjamin habían potenciado sus sistemas de apertura.

Newell, uno de los pioneros de lo que luego se dio en llamar "inteligencia artificial", ya decía en 1958 que el ajedrez era "el juego intelectual por excelencia". La teoría poética indicaba que si se llegaba a construir una máquina de ajedrez lo suficientemente eficiente se penetraría en el "núcleo del comportamiento humano". Hace algunos días, Vladímir Krámnik, campeón del mundo oficioso, empataba (4-4) con el programa Deep Fritz, demostrando una vez más la estupidez de los ajedrecistas artificiales cuando se trata de idear estrategias a largo plazo. Sólo el cansancio podía pasarle factura a Krámnik, obsesionado por el brillo de las piezas (hubo que barnizarlas y meterlas en la nevera), y por el calor de la sala de Bharein (exigió 20°). Por eso, y tras llevar una ventaja inicial de 3-1, se dedicó a asegurar los 800.000 dólares del premio.

El debate seguirá abierto durante muchos años. Yuri Dokhoian, asistente de Kasparov, aseguró tras la primera partida contra Deep Blue que una computadora era capaz de "calcular a grandes velocidades" pero carecía de "buenos conceptos sobre el tablero". Bent Larsen fue más allá y dijo que "Kasparov ganaría siempre y cuando creara y jugara lentamente". El ruso, herido en su orgullo, sentenció: "una computadora necesitaría escribir un poema o una sinfonía para convencerme de su capacidad potencial de ganar a un gran maestro de ajedrez. Y si lo pudiera hacer, ¿sería el fin del ajedrez? ¿Destruiría el monstruo al juego haciéndolo previsible? (...) La batalla más grande es siempre la del hombre contra sí mismo".

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