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Luis Aragonés es conocido en el mundillo futbolístico por tres motes, a saber: "sabio de Hortaleza", "zapatones" y "mono". El primero hace referencia al tiempo –mucho– que el técnico madrileño lleva en los banquillos españoles. Interpreto que los otros dos se refieren bien al tamaño de sus pies o una forma característica de golpear el balón cuando jugaba al fútbol ("zapatones"), y ese gesto suyo áspero, adusto y agrietado ("mono") que le convierte en el "terror del Garden".

Que recuerde, sólo un periodista que yo conozca –Alfonso Azuara– se ha atrevido a llamarle "mono" al "mono" en su cara, e incluso un día que mi amigo Enrique Marqués le llamó "sabio de Hortaleza", Luis apretó los dientes, hizo una mueca y aquella entrevista se convirtió en la "Guerra de Vietnam". Pero cuando Azuara le llamó "mono", Aragonés como que lo pasó por alto en homenaje, quizás, a los años de complicidades y al conocimiento mutuo. No "rugió" Luis en aquella ocasión, y aquel "mono" frontal supuso el mismo efecto que debe ocasionar un dardo tranquilizante en un jabalí herido.

Tendría que haber empezado por reconocer que me acerco a la figura de Luis Aragonés con cierta antipatía, aunque trato que el "gato" que le tengo no me impida reconocerle sus amplios conocimientos deportivos. La imagen privada de Luis –como la mía, como la de todos– será diferente a la pública; pero la pública es un desastre. Como no creo que Luis pueda andar siempre enfadado por las esquinas, yo creo que el carácter agrio del entrenador del Atlético de Madrid tiene mucho de pose, de campaña privada de marketing, estudiada hasta el último detalle. Luis debe interpretar que tiene que ser el más duro en un mundo de duros, y en el que los blandos duran lo que un caramelo a la puerta del colegio. Por eso Luis ruge, porque debe ser que él piensa que si no ruge le harán la cama o le tomarán a chirigota.

En el retorno a Primera, Luis lleva un mes repartiendo anís (del "mono") a sus jugadores, nublándoles la vista y distrayéndoles de las alineaciones, haciendo cábalas y juegos malabares y reconociendo que al equipo le falta gol o le sobran futbolistas o le faltan otros. El anís del "mono" no es dulce y sabe como el aceite de ricino, pero los jugadores tienen que tragar. Miguel Angel Guijarro cuenta en El Mundo Deportivo que quien se mueve con Luis –como con Guerra, Alfonso– no sale en la foto.

Ya sea una táctica preconcebida o una realidad manifiesta (adelantada en El Tirachinas cuando dijo aquello de que no se podía engañar a los aficionados, que no les debíamos "vender pollinos"), lo cierto es que este anís está generando entre los atléticos un estado de ánimo desolador, casi de "estamos en Primera puestos por el alcalde". Respetaría más –lo que no quiere decir en absoluto que no lo haga ahora– si Luis Aragonés se rugiera un día a sí mismo y, en plena rueda de prensa, dijera "sí señores, el culpable soy yo, soy yo quien ha metido la pata". Al final, el Atlético estará arriba en la clasificación porque Luis Aragonés es un buen entrenador de fútbol. Le habrá funcionado, una vez más, su famoso anís, el anís del "mono". Sólo espero que tras escribir este artículo no me "sofronice", porque lo que es rugir va a seguir haciéndolo por los siglos de los siglos, o hasta que Azuara vuelva a relajarle llamándole "mono" a la cara.

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