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Juan Manuel Rodríguez

Aquella sombra que se revolvía

Prometo leer primero y darles oportuna cuenta después de la biografía novelada sobre Muhammad Alí que David Remnick, ganador del prestigioso Premio Pulitzer, está a punto de sacar a la calle. Cuando allá por el mes de diciembre, aprovechando el fin de siglo y milenio, se dispararon las encuestas a propósito de quién había sido el mejor deportista de la historia, ya aventuré que Cassius Clay reunía para mí todas las condiciones necesarias para ocupar ese privilegiado lugar. Creo que Remnick profundiza en el Alí sociológico, político y hasta cultural, y también en la importancia que tuvo el boxeo como transformador de la política racial en un momento histórico apasionante para los Estados Unidos.

Leyendo un extracto de uno de los capítulos de dicha novela surge ante mí la figura de otro campeonísimo: Joe Louis, “la sombra que se revuelve”, “el rey del KO de color café”, “el machacador de caoba”... Louis acabó con lo que Remnick define como “blancura infinita” al vencer a Jim Braddock en 1937, conservando el título de los pesos pesados hasta su primera retirada en 1948. Si Alí fue el “chico malo”, el sanedrín que arropaba a Louis se encargó de que Joe fuera el campeón políticamente correcto, el “chico bueno” que pasaba de puntillas sin molestar a nadie. Fue lo más inteligente porque de lo contrario le hubieran despedazado fuera del ring. Para muestra, el botón de un editorial del Daily Mirror: “En Africa hay decenas de miles de jóvenes salvajes que, con un poco de adiestramiento, podrían aniquilar a Mr.Joe Louis”. No cabe mayor capacidad para la mala baba.

En realidad los caminos de Louis y Alí fueron divergentes pero acabaron por encontrarse. Cada uno a su estilo fueron dioses en las comunidades negras. Alí optó por el camino de la confrontación, Louis por el del silencio y la discreción. Martin Luther King recuerda lo siguiente en “Por qué no podemos esperar”: “El primer condenado fue un joven negro. Cuando la bolita cayó en el recipiente y empezó a salir gas, por medio del micrófono llegaron las siguientes palabras: Joe Louis, sálvame. Joe Louis, sálvame. Joe Louis, sálvame”.

Al final, la “sombra” acabó por revolverse incluso contra el propio Muhammad Alí. Seguramente fue el único “gancho” que no aguantó la mandíbula del gran Clay. La relación de éste último con los Musulmanes Negros les separó, aunque quedarán indeleblemente unidos por la historia de un deporte que colaboró activamente en el cambio de mentalidad de la sociedad americana. Leeré el libro (“Rey del mundo” se llama) y tendrán buena cuenta de él. Al fin y al cabo un Pulitzer es un seguro de vida.

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