El ciclismo, un deporte herido fatalmente por las permanentes sospechas de dopaje, las detenciones de ciclistas, la invasión nocturna de los "vampiros" en las habitaciones de determinados corredores o la pura y dura intervención judicial, se merece una explicación cierta sobre la limpieza de los éxitos deportivos del campeonísimo estadounidense Lance Armstrong. Aunque la situación es complicada. Jean-Marie Leblanc no se cansa de repetir una y otra vez que la pelota está en el tejado del ciclista, pero, tal y como yo lo veo, lo único que éste puede hacer es reiterar su inocencia o, en el caso de que realmente se hubiera dopado con la eritropoyetina, confesar públicamente su culpabilidad. Yo creo que, sea culpable o inocente, Armstrong no se saldrá del guión que ha repetido machaconamente desde el principio. ¿Qué hacer? ¿Cómo se puede salir de este extraordinario enredo?
Era previsible que un diario como Bild utilizara la información de L'Equipe para distraerse haciendo añicos la imagen pública de Lance Armstrong, mucho más teniendo en cuenta que su compatriota Jan Ulrich fue durante mucho tiempo el gran damnificado deportivo del americano. De momento, para abrir boca, en un alarde pleno de sensacionalismo ha borrado del mapa a Armstrong, dándole la victoria en todos y cada uno de los Tours que se disputaron entre 1999 y 2005 al segundo clasificado. Otros diarios sugieren, incluso, la posibilidad de que Ulrich se querellara contra Armstrong. Me parece imposible que nadie pueda desposeer legalmente a Armstrong de la victoria lograda en el 99, pero aquí ya no cabe término medio: o Armstrong es una gran mentira, o los responsables del conocido popularmente como "método francés" y los directivos de L'Equipe, todos juntitos y agarraditos del brazo, tienen que dimitir a la voz de "ya".