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El 1 de noviembre de 2000, a la sazón festividad de Todos los Santos, a Jesús Gregorio Gil y Gil (12 de marzo de 1933, natural de Burgo de Osma, provincia de Soria) comenzó a girarle la cabeza 360 grados, arrancándose a continuación con un ataque de tos nervioso sucedido por espumarajos en la boca. Empezó a chapotear, aleteando, en el jacuzzi de su finca marbellí, gritando como un poseso un repetitivo, angustioso y compulsivo: "¡Que les den, que les den y que les den!", en clara referencia a los jugadores del Atlético de Madrid; a quien cometió la temeridad de aproximarse a él le espetó un rabioso: "¡Que vuelvan nadando!", en referencia a los mismos protagonistas. "Gil", musitó alguien, "ya no puede más".

Y es que lo mejor de este Atlético de Madrid ha sido, de largo, la campaña publicitaria que anunciaba que el club iba a permanecer un año, sólo un añito, 365 días en el infierno de la Segunda División; a continuación se hacía referencia a Manchester y Milán, también "grandes" de Europa y, como le sucede ahora al Atlético, habitantes durante un tiempo de la división inferior en Inglaterra e Italia. De ahí en adelante, un auténtico desastre con cese incluido del anterior entrenador, Fernando Zambrano.

El antecedente de hecho al proceso de enajenación presidencial resultó ser la derrota ante la Universidad de Las Palmas, club fundado hace seis años y recién ascendido a Segunda. El equipo canario no había ganado ni un solo encuentro, y era colista de Segunda. Por eso, quien no comprenda ese dramático "¡que les den!" es que es un cínico de padre y muy señor mío.

Gil ya no sabe qué hacer, aunque éste es un caso claro para Mulder y Scully, los alucinados protagonistas de "Expediente X". El actor que interpreta a Mulder, David Duchovny, cobra cien millones de pesetas por episodio; pero un club que ha sobrevivido a Pastoriza podrá con eso y mucho más. Este "Atlético X" amenaza con sacar un abono en el infierno; pero que nadie dude que el "¡que les den!" de Gil no es una psicofonía, ni tiene nada que ver el Palacio de Linares. Es producto, simple y llanamente, de la desesperación.

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