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Azul debió ser el último color que viera la buceadora y bióloga marina Audrey Mestre antes de perder el conocimiento en aguas de Santo Domingo, donde trataba de batir el record mundial en la modalidad de inmersión a pulmón libre, también conocida como "sin límites". La francesa, poseedora de la mejor marca mundial femenina con 130 metros, falleció en el trayecto que la conducía hacia el hospital más cercano. Un azul muy intenso, casi negruzco, tuvo que ser su última visión consciente antes de desfallecer. El mismo gran azul que retratara el cineasta Luc Besson con esa mirada suya tan particular, y que tenía como protagonistas encubiertos a Jacques Mayol y Enzo Majorca, dos mitos del buceo en apnea. Por obtener el azul más limpio, menos contaminado, estuvieron luchando el italiano y el francés durante mucho tiempo, un reto que se convirtió más tarde en una leyenda de la que se habla con respeto.

Como los tenientes de húsares Armand d´Hubert y Gabriel Féraud, Mayol y Majorca protagonizaron también su particular duelo a lo largo de quince años; sólo cambiaron las espadas por sus pulmones. Joseph Conrad dice en su novela que "Napoleón, cuya carrera fue similar a un duelo contra toda Europa, desaprobaba el desafío entre los oficiales de su ejército". Algo similar sucedió con la Federación Internacional de Natación; tuvo que decir basta cuando llegaron a los 76 metros de profundidad en Japón, dejando de reconocer oficialmente los récords durante una época. La modalidad "sin límites" sólo tenía uno, la resistencia humana.

Mayol, considerado como el intelectual del "Big Blue", tenía un físico insignificante, pero era poseedor de un gran poder psíquico e introdujo las técnicas del yoga en el buceo libre. Fue el primer hombre en alcanzar los cien metros de profundidad, y hace un año se suicidó en su casa de la Isla de Elba. A lo largo de los últimos treinta años, estos deportistas-aventureros únicos e irrepetibles han llevado la contraria a aquella vieja teoría científica que establecía en los 50 metros un límite insumergible. Era lo que buscaba este sábado Audrey Mestre quien, veinticuatro horas antes y sin jueces por medio, había logrado alcanzar los 170 metros de profundidad. Era también lo que más deseaba en esta vida su marido, el cubano Pipín Ferreras, que llegó a los 162: convertirse en el primero en ver el gran azul.

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