El regreso de Michael Jordan a las canchas de baloncesto se ha convertido en una cuestión de Estado, una lucha denodada entre las casas comerciales más importantes del mundo. Visto desde fuera pareciera como si el mejor jugador de toda la historia, el auténtico y genuino señor de los anillos de la NBA (con permiso del maestro Tolkien), no fuera sin embargo dueño de su propio destino y tuviera que forzar la máquina y probablemente —ojalá no sea así, lo lamentaría mucho— dañar su impoluta imagen, una aureola que le convirtió en un mito. La pregunta es la siguiente: ¿Puede ganar algo Michael Jordan? La respuesta de su amigo Charles Brakley es rotunda: “no”. ¿Entonces?
Nike está confeccionando ya miles de camisetas, gabardinas y gorras con el número 23 de los Wizards; con ello espera poder combatir a otra de las grandes, Reebok, que firmó un acuerdo con la NBA por 175 millones de dólares para ser su patrocinador oficial durante las próximas diez temporadas. El propio Jordan amplió hace poco tiempo su contrato con Gatorade por otros 18 millones de dólares; MCI y Haney están también a la espera, y ésta última no ha tenido empacho alguno a la hora de reconocer que con MJ como principal aliado sus beneficios se incrementaron en 1.000 millones de dólares en los últimos diez años.
Acabo de leer a Grey Balter, uno de los especialistas financieros de Wall Street, diciendo que el retorno del jugador es inevitable. ¿Wall Street? ¿No era esa una película de Oliver Stone? En los mentideros políticos cercanos a la casa blanca se asegura que el mismísimo presidente Bush (a eso le llamo yo una cuestión de estado como Dios manda, teléfono rojo de por medio) habría hablado ya con él para pedirle que regresara. O lo que es lo mismo, Michael Jordan, como la inflación o la renta per cápita, se ha transformado él solito en una unidad de medida macroeconómica. Insólito.
Hay una canción, “Beautiful Boy” se llama, del cantante y poeta estadounidense John Lennon, que en una de sus estrofas dice más o menos lo que sigue: “la vida es aquello que te va sucediendo mientras tú te empeñas en hacer otros planes”. Querido Michael, no preguntes lo que tu país puede hacer por ti sino lo que tú puedes hacer por tu país, enfúndate el chándal y que Greenspan y el Producto Interior Bruto te cojan confesado y duchado. Y, por si acaso, no planees nada para estos próximos meses.
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