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Juan Manuel Rodríguez

De la Copa Masters al Ala Oeste de la Casa Blanca

Ni siquiera las historias del presidente Bartlet lograron evitar que me pusiera a imaginar qué haría un tenista del siglo XXI contra otro del siglo XX

He vuelto a ver otra vez la final de Wimbledon que disputaron en el año 1982 Jimmy Connors y John Mc Enroe. La verdad sea dicha, aquel no fue ni mucho menos el mejor partido que disputaron ambos jugadores; pero es que, para más inri, con este partido me ha pasado lo mismo que me sucedió con el colegio en el que estudié E.G.B. Y me explico; recuerdo que, cuando volví a aquel colegio muchos años después de haberme ido, todo me pareció más pequeño, más reducido, menos... impresionante. Supongo que mis recuerdos lo fueron agigantando todo hasta crear algo que sólo existía en mi imaginación. Y cuando me fui por segunda vez, lo hice con un sabor más amargo y más melancólico. No he regresado a mi antiguo colegio, y la verdad es que no creo que vuelva a hacerlo nunca más; prefiero conservar los recuerdos de aquel chaval de catorce años que jugaba al frontenis con una raqueta Wilson de madera, leía "Los Cinco" y tenía auténtico pánico a la física, la química y las matemáticas, las tres juntas.
 
Después de ver el Connors-Mc Enroe del 82 he tenido la misma sensación agridulce y un poco deprimente que tuve tras visitar mi antiguo colegio. Ojo, no querría que nadie me malinterpretara: "Jimbo" Connors y John Mc Enroe han sido dos de los tenistas más geniales de la historia de ese deporte, pero yo, quizá porque les agiganté en exceso, esperaba más, quería más, necesitaba más. Ya he confesado alguna que otra vez que mi ídolo de aquellos años era el sueco Bjorn Borg. Desde ahora les advierto que no volveré a ver ni una sóla de sus finales... ¡Por éstas que no!
 
Probablemente haya coincidido la revisión de aquel partido con la contemplación del torneo de los Maestros que se viene disputando durante todos estos días en Shanghai. Con objeto de impedir las comparaciones mentales entre unos y otros jugadores me puse a ver rápidamente la primera temporada completa de El ala oeste de la Casa Blanca, pero nada; ni siquiera las historias del presidente Bartlet lograron evitar que me pusiera a imaginar qué haría un tenista del siglo XXI contra otro del siglo XX. Y no me refiero, por supuesto, a Roger Federer, que probablemente sea el mejor tenista de la historia junto a Pete Sampras, no; tampoco me refiero a Rafa Nadal o Andy Roddick. Estaba pensando, por ejemplo, en un partido entre el tal James Blake -un auténtico animal de bellota, si se me permite la expresión y los niños ya se han ido a la cama- y Connors o Mc Enroe. Decididamente no creo que Blake vaya a pasar a la historia del tenis mundial, mientras que Connors y Mc Enroe sí lo han hecho. Pero... ¿qué pasaría? ¿Qué sucedería si una máquina del tiempo nos permitiera enfrentar de repente al mejor Connors de toda la historia contra el Blake que acaba de hacer puré de Nalbandian tras pasar al argentino por la turmix?... No quiero darle más vueltas. Yo, si ustedes me dan su permiso, me vuelvo al ala oeste de la Casa Blanca. Prefiero mil veces esos líos.
 

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