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Ya va siendo hora de que hablemos del Rayo Vallecano. Si resulta complicado para el Atlético de Madrid (un histórico por derecho propio, uno de los clubes españoles con "sangre azul") asomar la cabeza —la famosa cuota de mercado— en una ciudad monopolizada por el madridismo militante, cuánto más le costará dar señales de vida al Rayito. Un club atípico, nostálgico y —que me perdone la presidenta— con ciertos aires de clandestinidad. Mientras el Real Madrid agotó las entradas para el partido contra el Barcelona sin necesidad de ponerlas a la venta en las taquillas, el Rayo no puede llenar los balcones de los vecinos que, absolutamente gratis, pueden ver encuentros de Primera al mismo tiempo que riegan las plantas de exterior o tienden la ropa limpia. La indiferencia es total, y el césped, un campo de minas, un jeroglífico en el que se necesita un mapa para llegar a la portería contraria. El milagro de este club no es ya el deportivo sino el meramente físico, el institucional. ¿Cómo sobrevive el Rayo?

Si yo trabajara como guía turístico mostraría el estadio de Vallecas como si fuera el Lago Ness o el Triángulo de las Bermudas ("pasen y vean: el estadio de un equipo al que no vienen ni siquiera sus aficionados...”) Entre tanto "lobo" girando alrededor del "G-14", la FIFA y la UEFA, los intermediarios y las recalificaciones, el Rayo Vallecano se ha convertido en el último club romántico del fútbol español, un ejemplo reconfortante.

Y tras el prodigio físico, el otro, el deportivo. El pasado jueves pasaba por Vallecas el Girondins, y se llevaba una buena tunda para su tierra. Con dos mil millones de presupuesto (una nadería en la Liga de las estrellas) el equipo de Juande Ramos lo está bordando en España, y hace historia diaria en la Copa de la UEFA. Antes que éste hubo otros "rayos" admirables como el del inagotable Felines, el expeditivo Tanco, o el magnífico Morena, pero el actual lucha contra la abstención de sus hipotéticos hinchas, contra el campo y los adversarios. Las doce pruebas de Hércules, sin duda.

Para acabar quiero decir que aficionados rayistas, como las meigas, "haberlos haylos". No se trata del Yeti, o del misterio del "chupacabras", ahora tan en boga. Yo, sin ir más lejos, conozco a un seguidor del Rayo. Es fiel. Convirtió a sus hijos en fieles y el domingo no existe ser humano capaz de apartarle de Vallecas. Es único. Como este Rayo deportivo que no cesa y al que, desde aquí, tributo mi más sincero homenaje. ¡Aupa Rayito!

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