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Juan Manuel Rodríguez

El "libro de los horrores"

¿Por qué se rastrea a los ciclistas como si fueran delincuentes?... ¿Por qué los "vampiros" de la Unión Ciclista Internacional visitan sus habitaciones, por la noche, de improviso, justo antes de una larguísima etapa de montaña? Para entenderlo hay varias fechas que resultan clave. Una, el 13 de julio de 1967. Ese día, Félix Levitain, director del Tour de Francia, leyó el siguiente comunicado: "Tom Simpson ha muerto a las 17,40 horas". El pelotón aseguró que el británico iba hasta arriba, y Julio Jiménez, que pasó en primer lugar el Mont Ventoux, aseguró que le vio ascender el puerto con el rostro desfigurado, fuera de sí. El calor le reventó, y empezó la guerra contra el doping en el ciclismo.

Otro caso llamativo fue el de Bert Oosterbosch, el "hombre prólogo". No tenía rival, ganaba siempre y, pocos años después de su retirada, murió de un infarto mientras dormía. López Carril cayó fulminado en una playa de Gijón cuando no había cumplido los 40 años. Hernández Ubeda sufrió un infarto a los 36 mientras se duchaba en su casa de Ávila. José Manuel Fuente falleció por problemas hepáticos y Eddy Merckx, el número uno mundial, está en tratamiento por una enfermedad de riñón. Llegó a afirmarse que una veintena de ciclistas holandeses murieron por problemas con su corazón entre 1987 y 1990.

El segundo momento clave (al margen del escándalo de Ben Johnson y que propició los controles por sorpresa) se produjo en 1991, pero en aquella ocasión el llamado "caso PDM" se cerró en falso. No pudo hacerse lo mismo con el protagonizado por Willy Voet, masajista de Festina, en el Tour de 1998. La policía registró el coche en el que viajaba, interviniendo una nevera que contenía 400 viales de esteroides y hormona de crecimiento. Ahora Voet acaba de publicar "Masacre en cadena", un crudísimo manual sobre cómo burlar los controles anti-doping... ¿Por ejemplo? En un momento determinado cuenta que especialistas urólogos recogían la orina de los ciclistas antes del dopaje. "En algunos casos, si era necesario, llegaba a la uretra con la jeringuilla, a una profundidad de dos centímetros, para inyectar la orina limpia. Había que apretar los dientes. Y los apretaban".

El "libro del horror" deja en evidencia a Richard Virenque que "a partir de 1994 se informaba sobre el desarrollo de las operaciones relativas a la EPO y empujaba (a sus compañeros) al consumo". Sigue denunciando que a menudo asistía a "discusiones entre los médicos de los equipos, cuyo objetivo era invariablemente la preparación (de productos de dopaje)". Y, aludiendo a dos grandes corredores belgas, cuyos nombres no hace públicos, dice: "se reunían, a menudo siete u ocho. Todo ocurría en familia, como también, con varios días de anticipación, se fijaba en familia el resultado de la carrera". Una familia "ejemplar".

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