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El viernes 13 de octubre de 1972, el Fairchild F-227 de la fuerza aérea uruguaya que trasladaba a los componentes del equipo de rugby “Old Christians” se estrelló en los Andes, a 3.500 metros sobre el nivel del mar, en un lugar casi inaccesible. La tercera parte de los pasajeros y casi todos los miembros de la tripulación, fallecieron en el accidente; ocho murieron a consecuencia de una avalancha y tres a consecuencia de las heridas, el hambre y el frío. Aguantaron setenta días hasta que, por fin, fueron localizados y liberados; ahora los dieciséis supervivientes de aquella catástrofe y el equipo actual de los “Old Christians” han vuelto a tomar un avión con destino a Santiago de Chile para jugar aquel partido interrumpido contra el “quince” de “Old Boys”.

A lo largo de setenta días, los supervivientes tuvieron que enfrentarse a varios problemas. El de la alimentación fue el mayor de ellos. La pregunta más insistente que les hicieron, una vez recuperados, fue la siguiente: “¿tuvieron que comer carne humana para sobrevivir?”... Sí, tuvieron que hacerlo. Piers Paul Read lo cuenta así en “¡Viven!, la tragedia de los Andes” (editorial Noguer, 1974): “Se convocó una reunión en el interior del Fairchild y por primera vez todos los supervivientes discutieron el problema al que se enfrentaban: si para sobrevivir, debían o no comer los cuerpos de los muertos. Canessa, Zerbino, Fernández y Fito Strauch repitieron los mismos argumentos que habían usado anteriormente. Si no lo hacían morirían. Tenían la obligación moral de vivir, tanto por ellos como por sus familiares. Dios deseaba que vivieran y con los cuerpos de sus amigos les había proporcionado los medios para lograrlo”.

Fernando Parrado, que jugaba de segunda línea en aquel equipo, apela directamente al sentimiento grupal como clave de la supervivencia, y realiza unas manifestaciones muy curiosas: “Si hubiéramos sido futbolistas, habríamos muerto en las montañas. Gracias al rugby pudimos salir adelante”. Marcelo Nicola, actual entrenador del equipo y uno de los hijos de las veintinueve víctimas, coincide con Nando: “La aportación moral del rugby fue tan definitiva como su importancia física”. Incluso Frank Marshall, director de la película “Viven”, impregnó de la filosofía del club de Carrasco a sus actores como método de interpretación: “El hecho de que sea un deporte colectivo y en el que prácticamente no hay sustituciones crea un ambiente de compañerismo difícil de entender en otras disciplinas”. Treinta años después jugarán aquel partido aplazado por la tragedia, el “partido de la vida”.

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