Hasta ahora sabíamos lo que costaba que un futbolista llamara "cabrón" a otro club español de fútbol. Samuel Eto'o lo hizo en la celebración barcelonista de la Liga y el precio de aquella gracieta del camerunés fue de doce mil euros. O sea, dos mil euros por cada uno de los seis "Madrid, cabrón, saluda al campeón" que Eto'o, culé de corazón justo desde el preciso instante en que José Martínez "Pirri" descubriera su talento y le trajera rápidamente hasta España para formarle como jugador y como persona, cantó, jaleado por el nihilista Presas, Victor Valdés y alguno que otro más, en plena excitación "antimadridista".
Y ahora, cuando ya han transcurrido casi tres años desde los incidentes de aquel Barcelona-Real Madrid del 23 de noviembre de 2002 que acabó por ridiculizar definitivamente a Joan Gaspart, ya conocemos también el precio de arrojar a un campo de fútbol varias botellas de vidrio, algunos pelotas de golf, unos cuantos teléfonos móviles y, por fin, la tristemente famosa cabeza de cochinillo. Todo eso le ha salido a Laporta por cuatro mil euros. Por tanto, ¿qué sale más rentable, llamar cabrón al vecino o arrojarle a la cara botellas y pelotas de golf?... Está claro que al violento le sale mucho más rentable lo que llamaremos desde ahora el "pack del cochinillo". Cuesta el doble que llamarle "cabrón" al rival, sí, desde luego, pero hay que recordar que el "pack" lleva de todo.
Es posible que la sanción del Comité de Competición ("¡Escondeos debajo de la cama, que viene don Alfredo!") sea criticada por su falta de dureza, pero no se les podrá achacar a los "intocables de Flórez" la instantaneidad a la hora de imponer el castigo. No entiendo de qué se queja la gente si sólo han pasado dos años y nueve meses desde que sucedió todo... Puede que sea cierto que el jugador que sufrió la lluvia de objetos (Luis Figo) esté a punto de fichar por el Inter de Milán, e incluso que el presidente del Barcelona ya no sea el mismo y que en el Real Madrid también hubiera elecciones y volviera a ganarlas Florentino Pérez, pero ¡acaso no estuvo mucho más tiempo encerrado el Conde de Montecristo en el Castillo de If!