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Juan Manuel Rodríguez

El último hombre que me ganó al mus

Confieso que de entre los jugadores de mus, servidor pertenece al grupo más extendido: el charlatán. Por eso, ahora que empieza un campeonato oficial en Madrid, afirmo con la rotundidad que la circunstancia requiere que ya ni si quiera recuerdo la faz del último hombre vivo que me ganó a esto; se desdibuja su cara, se me escurre en la memoria, se pierde entre el humo de los "Celtas" y el "JB" con "Coca-Cola". Ni siquiera sé si tal hombre existió realmente, aunque alguien debió enseñarme las artimañas y triquiñuelas del juego... ¿O quizás nací sabiendo? Tampoco es un fenómeno tan extraño. Existen casos mágicos de niños que con tres años ya sostienen a duras penas una raqueta, o un palo de golf. Podría haber sucedido lo mismo conmigo. El caso es que no lo recuerdo, pero realmente hace mucho tiempo que no pierdo una partida de mus, y eso que –como dije con anterioridad– pertenezco al grupo de los charlatanes que no paran de hablar, gesticular, moverse y gritar, tratando de amedrentar al rival que suele ser todo lo contrario: rígido, hierático, frío y calculador.

Curiosamente el deporte del mus no ha contado nunca en España, su país de origen, con el apoyo universal que ha tenido el póker, una americanada sin sentido y con un número potencial de jugadas mucho más reducido. Sólo la escena de El golpe, en la que Paul Newman y Robert Shaw escenifican un engaño dentro de otro mucho mayor, vale por todos los campeonatos de mus. Y sin embargo, el nuestro es un juego mucho más rico, más espectacular y más entretenido. Aunque nunca he jugado por dinero, sino sólo por el puro divertimento. Cuando se juega por algo uno tiene que convertirse en una "efigie", según el argot; lo mismo que los convidados tienen que ser de piedra. El mus es un deporte de estrategia para el que se necesita una gran memoria. Y es verdad que uno debe mantener el mismo "rictus" tenga o no buenas cartas, porque los hay muy avispados que a la más mínima ocasión te cazan un "tic", un gesto que te traiciona cuando coges "solomillo" o, por el contrario, cuando lo que tienes es el "perete" (cuatro, cinco, seis y siete). Si, por ejemplo, te tocas el pelo cuando tienes cuatro reyes, estás irremediablemente perdido. Por eso un jugador como yo no suele ser rentable, porque en el mus, más que en cualquier otra disciplina de la vida, por la boca muere el pez.

En el Campeonato que ahora empieza valen las señas y se juega con ocho reyes; únicamente en Navarra sigue jugándose sólo con cuatro. Yo no competiré, aunque, en mi sentimiento más íntimo y profundo, ya lo haya ganado porque, como dije al principio, ya ni siquiera recuerdo la cara del último hombre vivo que me ganó al mus.

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