El esfuerzo continuado al que se somete a los futbolistas profesionales es de locos, y sin embargo nadie hace nada para remediarlo. Todos quieren más: los clubes (más dinero de las televisiones), las federaciones (más tiempo a los jugadores) y las estrellas (más dinero de sus clubes). Como el espectáculo, hoy por hoy, es imbatible, nadie pone ni un sólo reparo. El forofo del fútbol es diferente al resto. Un aficionado al bel canto no consentiría jamás que Plácido Domingo no acudiera al escenario en plenitud de condiciones físicas; es más, sería el propio tenor quien se negaría a dar el "cante". Si la última novela de Umberto Eco (no es el caso) es un pestiño, el escritor recibirá el oportuno castigo de los lectores en las librerías. Si la última película de Alejandro Amenábar es un rollo existencialista (no es tampoco ese su caso) pagará las consecuencias con una taquilla de risa, un batacazo monumental. El aficionado del fútbol, por el contrario, se lo come todo sin rechistar, como un niño bueno e idiotizado.
Pongamos por caso el próximo Zaragoza-Real Madrid. Alfonso Solans cobrará lo mismo por un partido con Zinedine Zidane sobre el campo que sin él. Y el domingo, el francés no estará porque tiene que jugar un ridículo Australia-Francia. Siguiendo el símil operístico, resulta obvio que el Madrid acudirá a La Romareda sin sus cuerdas vocales en perfectas condiciones. ¿Alguien dirá algo? No. Por un lado se nos vende que el fútbol es un espectáculo, pero por el otro se le degrada sin que nadie, salvo el indefenso espectador, pague las consecuencias. No existe una asociación de defensa del espectador de fútbol, o si existe ni se la ve, ni se la oye. Es extremadamente silenciosa.
El jugador se quita de en medio. Aquí nunca ha existido una verdadera tradición de selección (en el homenaje a Pirri que enfrentó a España con el Real Madrid, la gente jaleaba a los merengues). Y no nos engañemos por más tiempo: al futbolista no le produce un gustirrinín especial que le convoque Camacho, más allá de que una llamada suya servirá para revalorizarle y subir su ficha en el club de turno. Siento decepcionar a la gente, pero creo que cuando Raúl marca un gol con la selección, piensa en Raúl, en su familia, en sus compañeros de equipo y en la "bota de oro", no en España como idea, y mucho menos en los españoles. Tampoco en "Manolo el del bombo". El espectador que paga su entrada tiene que pensar, sin embargo, en todos: en los clubes, en los jugadores y hasta en el árbitro. ¿Quién defiende al "pagano"?
Si yo tuviera que pasar por taquilla para ver el fútbol, pediría una hoja de reclamaciones cada vez que el Rivaldo de turno no estuviera a su hora en el campo para hacerme disfrutar. No es igual un Valencia sin Pablito Aimar o un Celta de Vigo sin Mostovoi, pero cobran lo mismo. Los clubes abusan porque al fútbol sigue sustentándolo el corazón, el amor a unos colores. Pero con tanto extranjero y tanto comunitario, hasta eso se puede acabar.
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