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Juan Manuel Rodríguez

Ensaladera y sansirolé (II)

Echo de menos la intervención de Juan Antonio Gómez Angulo, actual secretario de Estado para el Deporte, en relación con las desafortunadas declaraciones del sanedrín político de un partido nacionalista catalán. El Consejo Superior de Deportes debería haber dejado las cosas claras y el chocolate espeso a la cohorte de iluminados que trataron de apropiarse en exclusiva de la Copa Davis. La declaración de Artur Mas pudo haber sido fruto de la ignorancia y la irreflexión (malo, cuando se trata de un futuro candidato para presidir la Generalitat), pero la cascada posterior de apoyos provenientes del mismo partido me ponen los pelos de punta. La utilización malsana de un evento único, irrepetible, en el que además se encontraban presentes Sus Majestades Los Reyes me parece un "feo institucional" que hay que reparar.

Por eso eché y echo de menos la intervención de Gómez Angulo; tuvieron que ser Javier Duarte y el decisivo Juan Carlos Ferrero (por cierto, valenciano y seguidor del Real Madrid) quienes pusieran la frontera entre el deporte de élite y política de Tercera. La contabilización del número de banderas de España, el estudio del tiempo que el presentador del acto se dirigió al público en castellano o el show de los himnos es más propio del "circo ambulante de Monty Python" que de una jornada heroica como la del pasado fin de semana.

A nadie se le ocurrió decir nunca que los dos Mundiales de Carlos Sainz fueran un éxito del deporte madrileño: lo fueron del español. Ningún político serio hizo mal uso de los cinco Tours consecutivos de Miguel Induráin para sacarle un riñón al Estado desde Navarra. Jamás de los jamases se le ocurrió a nadie promocionar Asturias (ya se promociona sola) por aquel golazo de cabeza que marcó Maceda ante Alemania y nos clasificó para la final de una Eurocopa. Sería de auténticos zumbados.

Echo también de menos la presencia contundente del presidente de la Federación Española, Agustín Pujol, presto para traicionar a don Manuel Santana y para hacerse la foto, dispuestísimo a abrazarse con todo el personal y bailar la conga en el palco si ello fuera necesario, pero evitando mojarse debajo de la ducha. Misión imposible la suya. Por cierto: ¿Dónde estaría Pujol a mediados de los sesenta cuando Santana paseaba el nombre de España por el mundo, raqueta en mano? Casi me alegro de que en 2001 tengamos que defender la Copa fuera de España; jugaremos en pista rápida, sí, pero al menos no volverán a amargarnos la fiesta.

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