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Juan Manuel Rodríguez

Espíritus puros

No puedo comprender cómo es posible que Lewis Hamilton y Fernando Alonso, primero y segundo de la clasificación de pilotos, puedan irse de rositas en toda esta historia. ¿Acaso no se beneficiaron ellos también de la traición de Stepney?

Tal y como yo lo entiendo, ayer quedó probado por la FIA que Nigel Stepney y Mike Coughlan hicieron trampas y que Ron Dennis mintió descaradamente cuando afirmó sin pestañear que su escudería jamás se había beneficiado de la extraña relación surgida entre el jefe de mecánicos de Ferrari y el jefe de diseño de McLaren. La conexión entre Stepney y Coughlan empieza a hacerse efectiva tras la disputa del Gran Premio de Australia, cuando McLaren reclama contra Räikkönen alegando que el fondo plano de su coche es flexible y presentando además unos dibujos sospechosamente exactos de su funcionamiento. Aquella era la primera carrera del Mundial y desde entonces se han disputado trece Grandes Premios, repartiendo un total de 507 puntos entre todos los pilotos, desde Lewis Hamilton, que lleva 92, hasta Sebastian Vettel, que sólo ha ganado 1. No se puede decir que Max Mosley haya actuado con demasiada rapidez, no.

Si la FIA consideró ayer claramente probado, porque de lo contrario no habría sancionado con una dureza tan extrema al equipo anglo alemán, que McLaren hizo trampas y se benefició de los conocimientos de un empleado de Ferrari, indignado porque no le habían ascendido en su puesto de trabajo, no puedo comprender cómo es posible que Lewis Hamilton y Fernando Alonso, primero y segundo de la clasificación de pilotos, puedan irse de rositas en toda esta historia. ¿Acaso no se beneficiaron ellos también de la traición de Stepney? ¿Y no sería lógico deducir que están ahí, en lo más alto de la clasificación, debido en parte a la actitud tramposa que la FIA considera probada? ¿Alguien puede creerse de verdad que Hamilton y Alonso no estaban sobre la pista?

Al final deEsencia de mujer, maravillosa película de Martin Brest por la que Al Pacino consiguió por fin un (tardío) Oscar al mejor actor, el personaje al que interpreta, el teniente coronel Frank Slade, hace una encendida defensa de Charlie Simms, a quien da vida Chris O'Donnell, un chaval que estudia en una prestigiosísima escuela privada gracias a una beca y que se encuentra en la complicada encrucijada de tener que denunciar a unos compañeros que han hecho una gamberrada o negarse a hacerlo, exponiéndose así a perder la beca y truncar sus sueños. Creo recordar que Al Pacino (Frank Slade) habla en ese último alegato de "espíritus puros" y del valor y el coraje que hay que tener para tomar el camino más difícil. Si no lo he entendido mal, que todo es posible, el Consejo Mundial de la FIA, que a puntito estuvo de castigar también a los pilotos, no tomó represalias contra ellos puesto que previamente se habían garantizado la inmunidad al rajar de sus jefes. Ya no quedan espíritus puros tampoco en la Fórmula Uno, aunque lo más justo sería que Räikkönen o Massa ganaran un Mundial que ha estado definitivamente marcado por las trampas desde el principio.

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