Menú

Resultara o no al final una leyenda urbana, sería muy bonito que fuera cierta una historia que leí o me contaron hace ya mucho tiempo acerca del baloncesto yugoslavo, y es la siguiente: desde la más tierna infancia, a los jugadores balcánicos los obligaban ¡a fallar! cuando tiraban a canasta. Alguien debió pensar que eso eliminaría el estrés del jugador, su preocupación por conseguir más puntos, dejando paso al talento sobre todas las demás cuestiones. Aquí considerábamos maduro a un jugador con veinticinco años, mientras que en Yugoslavia empezaban a adquirir responsabilidades serias a los dieciocho. La teoría indicaba que, liberados de la tortura psicológica que suponía el tener que conseguir canastas, llegaría un momento en que el jugador la visualizaría como por arte de magia. No pude nunca confirmar nunca la leyenda, aunque yo me inclino por pensar que los yugoslavos tienen una facilidad especial para interpretar el deporte conocido como baloncesto. No creo que sea tanto cuestión de altura y peso como de talento. Pongamos algunos ejemplos clásicos.

Cuando Slavnic llegó a España revolucionó la Liga. No era sólo su carácter –que también– sino su forma (evidentemente yankee) de elaborar el juego. Rápido, intuitivo, reflexivo cuando tenía que serlo, Slavnic era la perfecta conexión entre un entrenador y sus jugadores. No estaba especialmente fornido, ni tampoco era muy alto, como no lo fueron el espléndido Kikanovic, el genial Delibasic o el explosivo Petrovic. Sí fue más robusto Dalipagic, que también nos dejó a todos con la boca abierta durante su estancia en nuestro país. Djordjevic es heredero de todos ellos, y ahora los yugoslavos tienen a Bodiroga, un jugador diferente a casi todos.

Si sus entrenadores obligaron a fallar a Dejan cuando era un niño, lo hizo a las mil maravillas porque como profesional las "enchufa" todas. Bodiroga sería el "Di Stéfano de la canasta" porque, salvo de "5", yo le he visto jugar en todas las posiciones. El Barcelona ha fichado a un jugador que gana campeonatos, con una inteligencia fuera de lo normal sobre la cancha y un olfato increíble. No creo exagerar si digo que Bodiroga ganó el Mundial para Yugoslavia porque, en la final contra Argentina, pidió siempre el balón y logró anotar en los momentos decisivos del partido. Nadie me recordará nunca a aquel diablo llamado Drazen Petrovic, pero el más cercano a aquello que recuerdo es, sin duda, Dejan Bodiroga, un jugador diferente, heredero de Kikanovic.

En Deportes

    0
    comentarios