Son como niños. Pero como los de Joan Manuel Serrat, esos del "niño, deja ya de joder con la pelota". Ahora el empresario óptico Javier Pérez, a la sazón presidente del Tenerife, ficha a la desesperada a Javier Clemente para que saque a su equipo del pozo sin fondo en que lo metió Pepe Mel. Es justo reconocerle a J.P. el mérito de aguantar la respiración como un hombre, aunque al final todos ópticos, constructores, aparejadores y cómicos, especuladores y bodegueros prefieren deshacerse del "muerto" antes de que la afición gire la cabeza hacia el palco. Mel está empeñado en ser un "buen entrenador", y yo voto porque lo conseguirá. Es un buen tipo, traicionado por la política "deportivo-especulativa" iniciada por su presidente.
¿Qué es lo último que ve un directivo antes de que le toque a él mismo la "china"? Desde el cadalso, con la soga al cuello, el presidente de turno ve un nombre con luces de neón, una "marca" deportiva: Javier Clemente. El entrenador vasco se ha convertido en el heredero universal de los presidentes agónicos, el sobrino australiano que, de repente, ante el asombro de todos los presentes, aparece por sorpresa en la primera posición de las "últimas voluntades". ¿Hay alguien en la sala que de verdad piense que Clemente puede salvar al Tenerife? Que levante la mano. ¡Qué va!... El óptico ficha al ex seleccionador nacional de fútbol, al hombre del fuerte carácter y del "¡poneros los tacos y a hostia limpia!". Pérez ficha una solución de emergencia para sí mismo, no para el Tenerife. J.P. busca una coartada. "¿Con quién estaba usted en el momento del descenso a Segunda?"... "¿Yo?... Estaba con Clemente".
Vaya por delante que yo no quiero ser amigo de Clemente. Lo digo porque, desde que se conoció el "feliz alumbramiento" de Pérez, no he hecho más que escuchar, siempre en boca de sus acólitos, argumentos fraternales o de paisanaje ("tenía que haberse venido al Cantábrico"). Muestras de consanguineidad y lecciones de geografía al margen, y deseándole a don Javier lo mejor tanto a nivel personal como profesional, convendría recordar que Clemente salió escaldado de Betis, Real Sociedad y Olympique de Marsella. Bien es cierto que, como en el caso del Tenerife, se encontró con equipos en una situación futbolística terminal. En ninguno de los casos, Javier Clemente fue la solución. E incluso en la Real le pusieron de patitas en la calle, justo al mes de sentarse en el banquillo.
Dicen sus defensores que ha elegido "más con el corazón que con la cabeza", y que si salva al Tenerife deberemos encumbrarle entre todos a los altares. No hay peligro de que suceda eso, aunque le deseo lo mejor al equipo isleño. Clemente no es ni santo ni diablo. Es únicamente el último recurso que les queda a muchos presidentes antes de iniciar el doloroso camino hacia el descenso.
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