Menú
Juan Manuel Rodríguez

La importancia de llamarse Michael Joyce

David Foster Wallace, el nuevo "enfant terrible" de las letras americanas, escribió en el año 1995 un artículo que tituló "El talento profesional del tenista Michael Joyce como paradigma de ciertas ideas sobre el libre albedrío, la libertad, las limitaciones, el gozo, el esperpento y la realización humana". Es la más profunda radiografía del mundo del tenis que haya leído nunca, la más detallada y certera. Es también el ensayo de un hombre a quien apasiona ese deporte por encima de cualquier otro. Leyendo a DFW llegué a una conclusión que él mismo aventura a lo largo del texto: "Si ustedes han jugado, aunque sea un poco, al tenis, probablemente crean que tienen idea de lo difícil que es jugar bien. Yo sostengo que ustedes no tienen la menor idea". Es cierto, no la tengo, no tengo ni la menor idea; o, para ser exactos, no la tenía hasta que cayó en mis manos el irreverente "Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer" (Mondadori, 2001). No tenía ni idea, y eso que llevo 25 años amando ese deporte.

En la mejor tradición de lo que en su día bautizaron en Estados Unidos como "nuevo periodismo", DFW se adentra en el Circuito de la ATP como un cirujano abre el pecho del paciente a quien va a colocar un by pass". Es un halago que algunos de los mejores escritores del mundo le presten atención a la actividad deportiva. Incluyo en esa lista subjetiva a Tom Wolfe, John Irving, Norman Mailer (lo suyo no resulta excepcional puesto que comenzó su carrera como periodista deportivo), Javier Marías y, desde ahora mismo, a Foster Wallace, este profesor de escritura creativa que, con un pañuelo pirata en la cabeza y una camiseta con el logotipo de Barcelona, parece él mismo un tenista profesional esperando rival para el próximo partido.

¿Qué he aprendido tras la lectura de este artículo/ensayo? A ver, así de simple; aprendí a ver. Cuando DFW escribió "El talento profesional del tenista Michael Joyce...", éste se encontraba en la septuagésima novena plaza mundial. Tal y como yo puedo verlo ahora, el mayor defecto de los periodistas deportivos es que, ciñéndonos por ejemplo al tenis, sólo sómos capaces de ver a Sampras, Agassi, Kuerten o Ivanisevic, despreciando a los demás. Mi ignorancia me condujo a pensar que Michael Joyce no existía y que era únicamente un recurso literario del autor. Pero no, Joyce era real, de carne y hueso. Había sido número uno en el ránking juvenil de EE.UU. en 1991 y finalista en el junior de Wimbledon. Tuve que acudir a Internet para cerciorarme, y allí estaba: Michael Joyce. Santa Mónica, California, USA. Joyce no era un personaje de ficción, sino un tenista profesional del que yo lo desconocía absolutamente todo.

Desde que Wallace escribió aquel artículo han cambiado mucho las cosas para Joyce. Del puesto 79 del ránking ha pasado al 200. En 2001 lleva ganados 39.851 dólares y ha logrado 6 puntos de la ATP (para que se hagan ustedes una idea, Gustavo Kuerten lleva acumulados 755). Ha llegado a treintaidosavos de final en Washington y Los Ángeles, pero no volveré a cometer la felonía de pensar que Michael Joyce no es un tenista importante, sería un error. Si yo fuera uno de los doscientos mejores periodistas del mundo estaría francamente orgulloso de ello. Llamarse Michael Joyce es tan importante como llamarse Pete Sampras, aunque mucho menos rentable. Sólo eso.

En Deportes

    0
    comentarios