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Desde su castillo de Juval, en pleno Tirol, Reinhold Messner, uno de los mitos vivos de la historia del alpinismo, asegura que George Mallory nunca pudo alcanzar la cima del Everest. Durante setenta y cinco años, ese constituyó –junto, quizás, al del Yeti, el Abominable Hombre de las Nieves que el austriaco asegura haber visto hasta en cuatro ocasiones diferentes– el mayor misterio que encerraban las montañas.

Messner estuvo a punto de volverse loco tratando de localizar el cadáver de su propio hermano, sepultado por una avalancha de nieve tras coronar el Nanga Parbat. Allí perdió siete dedos de los pies y comprendió que era imposible dar con él, aunque ahora tenía en mente organizar una expedición de búsqueda y captura. La del cuerpo sin vida de Mallory duró más de setenta y cinco años, hasta que Eric Simonson dio con él, petrificado, entre las rocas de la cara norte, a 521 metros de la cumbre de la gran montaña.

Era él, sin duda. El romántico George Mallory. La expedición norteamericana le dio sepultura allí mismo y, tras estudiar con detenimiento las cartas que había escrito mucho tiempo atrás, vendió todas las fotografías a la revista "Newsweek". Se descubrió el cadáver, aunque nadie –salvo Messner– puede responder a la siguiente pregunta: ¿llegó Mallory arriba del todo? O lo que viene a ser lo mismo: ¿llegaron sir Edmund Hillary y el sherpa Tenzing veintiocho años después que lo hiciera el gran escalador inglés?

La última fotografía de Mallory, ataviado con las típicas ropas de aquella época, se realizó con una Kodak que, de repente, se ha convertido de la noche a la mañana en el objeto más anhelado por los modernos buscadores de tesoros. Aquella pequeña cámara resolvería, según la opinión de todos los expertos, el maldito dilema: ¿Mallory o Hillary? Ahora que se ha puesto de (tétrica) moda la localización de cadáveres, no sería de extrañar que se iniciara una expedición con la única ambición de localizar aquella cámara. Valdría millones.

En Namche Bazaar pueden encontrarse botas, guantes y ropa de abrigo a un bajo precio realmente escandaloso. Nadie pregunta. La gente compra en silencio consciente de que aquel es material proveniente del saqueo a los desvalidos cadáveres del Himalaya. Hay gente que vive obsesionada con aquella vieja cámara de fotos y, de cuando en cuando, visita el mercadillo para comprobar si hubo suerte. Aquella Kodak es como el mapa de la isla del tesoro. Una isla a 8.000 metros de altura.

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