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Dice Luis Figo que quitando la Liga, la Premier es la que más le gusta porque allí hay mucho respeto. Y es cierto lo que dice el portugués, aunque la imagen más veces repetida fuera de Inglaterra sea, contradictoriamente, la de los hooligans borrachos, tirados por cualquier esquina o arrojando botellas de cristal contra la policía, y el consiguiente miedo que generan en aquellos países que visitan. "¡Acordonen la zona que llegan los ingleses!"... Y sin embargo, excepción hecha de los violentos, es verdad que en la Premier League existe un respeto casi reverencial hacia el espectáculo del fútbol, una forma de entender el deporte que contagia incluso a aquellos jugadores o entrenadores que llegan desde fuera.
 
Me viene a la cabeza, por ejemplo, aquella acción del vehemente Paolo di Canio quien, agarrando el balón con ambas manos tras observar que el portero rival estaba lesionado, decidió abortar una clarísima ocasión de gol para su equipo, el West Ham. Supongo que a Di Canio le daría verguenza ajena y tuvo un instante de lucidez. A David Beckham le habrá llamado la atención el hecho de que, aún con sordina, alguien pueda decir que es un poquito demagogo cuando aplaude al público o estrecha la mano del árbitro y sus asistentes al finalizar los partidos. Igual, lo que sucede es que esa actitud molesta a algunos de sus propios compañeros, puestos en evidencia ante los aficionados porque ellos no siguen el mismo ritual que el inglés.
 
Beckham ha mamado desde chico un código que lleva implantado como si fuera un chip: cuando le duele es porque le duele, cuando se cae es porque le han tirado... Está desterrado el engaño.
 
No diría yo que Pablo Alfaro no pudiera jugar nunca al fútbol en Inglaterra, aunque tendrían que implantarle ese chip tan particular. No existiría perdón en la Premier para su lamentable interpretación del desmayo sufrido tras un cabezazo de Torres que nunca existió, buscando conscientemente perjudicar a un compañero de profesión y sacando partido del engaño al árbitro. Alfaro tendría que esconderse en una estación del subway, para que no fueran señalándole con el dedo: "mira, por ahí va ese mentiroso"...
 
No estoy hablando ahora del fútbol practicado por el Sevilla para llegar a semifinales de la Copa, ese es otro debate diferente. También ha querido diferenciarlo (no sé si con éxito) Gregorio Manzano. Estoy hablando de que alguien –que no fuera del Atlético de Madrid– debería llamarle la atención a Pablo Alfaro... ¡Claro que, teniendo como entrenador al saltimbanqui Joaquín Caparrós!

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