Menú

Talant Duishebaiev acaba de reconocer –"sí, lo hice adrede"– que golpeó con un balón (120 kilómetros por hora a menos de un metro de distancia) directamente a la cara de Israel Sánchez, jugador del Alcobendas, originándole una lesión cerebral que afecta al oído interno, la rotura de un diente y un cuadro de estrés. Al parecer "el mongol", como le conocen sus compañeros, le dijo al pivote "te debo una", tras recibir un fuerte codazo en la cara. A renglón seguido, Duishebaiev decidió cobrarse la factura sin que pasaran cuatro años, como ocurrió en el caso de Roy Keane.

El futbolista irlandés del Manchester United debió abandonar el terreno de juego con una lesión de ligamentos tras un choque con Alf-Inge Haaland, en un apasionado derby contra el Manchester City, el otro equipo de la ciudad. Cuatro años después de aquella circunstancia, el 21 de abril de 2001, Keane volvió a cruzarse en el camino de Haaland y, sin venir a cuento, levantó su pie derecho a la altura de la rodilla del jugador noruego, lesionándole. Ya fue castigado entonces por ello, pero, tras la aparición de "Keane: la autobiografía", en la que "la máquina" confesó que había ido a lesionarle, la Asociación de Fútbol de Inglaterra le impuso el pasado martes una multa de 240.000 euros y una sanción de cinco partidos que empezará el 5 de noviembre.

El "caso Keane" demuestra, a mi juicio, varias cosas. La primera de ellas es que somos (todos) unos hipócritas. Quien viera aquella entrada no creo que tuviera la más mínima duda de que el irlandés había ido a por el noruego. Ya pagó por ello, y ahora lo que se penaliza es la sinceridad del jugador al reconocerlo. La federación inglesa está diciéndoles a todos sus jugadores "nunca digáis la verdad de lo sucedido u os castigaremos por ello". Por otro lado, Keane –que está de vuelta de todo– no ha debido enterarse de que entre los profesionales del sector existe un código deontológico no escrito que impide contar fuera lo que ocurre dentro del césped. Uno puede decirle a un rival "¡comé hierba, burro!", o gritarle al portero marroquí de turno eso de "¡vamos morito, vamos morito!", pero los demás no nos podemos enterar hasta que hayamos cumplido los dieciocho.

Lo que me lleva directamente a la última conclusión, y es la de que, aunque algunos sí lo crean asidos a la fe del carbonero, los deportistas no son ángeles, ni –en la mayoría de los casos– tampoco constituyen un ejemplo para nadie, no es suya la misión de entrar en el santoral. Son humanos, como usted y como yo, y en el caso concreto de Roy Keane, humanos con una memoria de elefante.

En Deportes

    0
    comentarios