Es posible que Michael Owen haya sido el futbolista del Real Madrid más incomprendido desde que por allí jugara San Isidro, que aquel sí que era santo y también mártir puesto que sólo le sacaban al campo cuando éste se encontraba plagado de minas y peligraba no sólo la vida de los jugadores sino también la del entrenador y la junta directiva al completo. Durante su carrera deportiva Isidro tuvo que sobrevivir a una gran contradicción, una paradoja aplastante que, a ojos de un sector importante de la afición, le convertía por un lado en una especie de "paquete" futbolístico, mientras que por el otro le erigía en auténtico salvavidas del equipo. Porque, independientemente de la dificultad del partido al que saliese, Isidro siempre marcaba su gol. Santo, por lo tanto, en cuanto que salvador de otra constelación de astros del balón, San Isidro era indudablemente un mártir del madridismo puesto que aceptaba sin rechistar las críticas que le suponían peor que los otros.
Con Michael Owen ha pasado algo similar aunque concentrado en mucho menos tiempo. Conviene recordar, ahora que acaba de fichar por el Newcastle, que el delantero inglés fue máximo goleador de la "Premier" durante dos temporadas consecutivas, circunstancia ésta que le convertiría después en "Balón de Oro" del año 2001. Sin embargo Owen llegó de puntillas y aceptó con exquisito "fair play" que él, a pesar de sus hazañas deportivas en una de las Ligas más potentes del planeta, era el Isidro de una plantilla en la que estaban Zidane, Ronaldo, Raúl, Roberto Carlos, Casillas o Figo. Si existe algún jugador que cumpla los requisitos de eso tan rimbombante que Florentino Pérez definió un día como "espíritu madridista", ése es, indudablemente, el señor Michael Owen.
