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Fui testigo de una llamada efectuada por el representante de Diego Tristán al, por aquel entonces, candidato a la presidencia del Real Madrid, Florentino Pérez. Joaquín Maroto le pasó el teléfono móvil y F.P. puso cara de “¿y qué quiere ahora este?” Lo cierto es que el pelotazo de Lorenzo Sanz era la contratación del delantero sevillano, mientras que Florentino Pérez ya había maquinado cómo y de qué manera fichar a Luis Figo aprovechando el vacío de poder culé. A ojos de F.P., Tristán era un “hombre Sanz”, y aquella llamada resultó significativa por eso justamente. Si hay alguien en el mundillo del fútbol capaz de intuir el cambio, ese es el intermediario; aquel ya lo había hecho, y se dio cuenta de que si Tristán quería jugar con el Real Madrid debería girar a tiempo. Parece que Diego lo estropeó todo luego cuando, en una conversación personal con Florentino, el jugador le dijo “¿usted qué quiere, un futbolista o una monja?”, errando absolutamente el tiro porque es “vox populi” que el Real Madrid siempre ha permanecido atento al rendimiento deportivo de sus profesionales, pero también a su comportamiento privado. Al realizar ese comentario, Tristán reconocía implícitamente que él era un Romario en potencia, un hombre problemático. Florentino se rió mucho con aquel chascarrilo andaluz pero fichó a Figo. Y luego a Zidane. Y ahora a Ronaldo.

Tras lo publicado en El Correo Gallego, aparece ahora otra información en el ABC de Sevilla que asegura que, tras jugar con la selección en Granada, Diego se pilló “una cogorza”. El jugador lo ha desmentido todo, pero está claro que Diego Tristán tiene el mismo problema que los pistoleros del lejano oeste: su fama le precede. No creo que haga falta que Diego ingrese en un convento, pero sí parece llegada la hora de que tome las riendas de su carrera deportiva porque se está convirtiendo en un auténtico coleccionista de escándalos. Tras su espantoso Mundial, a Tristán le hace falta recapacitar y tranquilizarse; incluso ha sacado de sus casillas a Jabo Irureta, un hombre habitualmente imperturbable y que llegó a confesar públicamente que si fuera su padre le daría un coscorrón.

En la era del negocio y el marketing resulta tan importante ser bueno como parecerlo. Tristán es bueno (aunque no tanto como cree él), y sin embargo no lo parece. No digo que vea pasar la vida subido a un árbol, como el barón rampante; ni tampoco que envejezca a pasos acelerados para evitar la tentación, pero si quiere dedicarse durante mucho tiempo al fútbol profesional deberá esforzarse en cambiar esa imagen de “viva la virgen” que se ha labrado. Y si quiere fichar por un club más grande que el Deportivo (Barça o Madrid) tendrá que encontrar el equilibrio (que existe) entre la monja de clausura y el juerguista.

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