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José María Quevedo, alias "el Mami", es nuestro hombre. Harto de estar harto del "nos dejaremos la piel sobre el terreno de juego" o "el mister es quien decide", (¡y qué decirles del "fútbol es fútbol" y "gañar es gañar", que dijo un buen día Vujadin Boskov y que el resto repetimos desde entonces como si fuéramos auténticos loros) el otro día irrumpió en nuestras vidas Quevedo, un veterano de la guerra de Vietnam que apura ahora sus últimos sorbitos de fútbol en el modesto Rayo Vallecano, para cantar a los cuatro vientos que si él fuera Fernando Vázquez en su equipo titular no habrían jugado seis futbolistas de los que sí lo hicieron el otro día contra el Atlético de Madrid. Por eso digo que Quevedo es nuestro hombre, y a él habrá que ponerle de ahora en adelante la "alcachofa" para que nos diga algo con sustancia, con jugo, algo que llevarnos a la boca. El resto es una "filfa" de lugares comunes y generalidades, coloreadas en alguna ocasión por la última de Joan Gaspart o Hristo Stoichkov, éste último desde su retiro dorado en los Estados Unidos de América.

Como a los periodistas deportivos (no sé si sucede con el resto de compañeros) nos han castrado el don de la sorpresa, obvio es decirles que ayer por la tarde –nada más conocer las declaraciones de "el Mami"– se produjo un auténtico cataclismo en todas las redacciones. Y ahí, según me cuentan, se produjo un hecho ciertamente curioso, y es que el susodicho Quevedo tuvo consciencia de sus propias palabras en el instante mismo en que éstas salieron reflejadas en la radio y la televisión, y se enfadó mucho (ojo ¡con los periodistas!) al saber lo que él mismo había dicho; hasta tal punto fue la cosa que dijo lo siguiente: "si mañana leo algo que no me guste, dejaré de hablar con la prensa". Lo que me condujo a la siguiente reflexión: ¿esperaba acaso Quevedo que los periodistas actuáramos como mamporreros suyos vetando sus propias palabras, protegiéndole de su propia opinión? Me llevé una decepción tremenda y tras una primera impresión excesivamente optimista llegué a la conclusión de que el "mami", que hacía un par de horas era mi hombre, había dejado de serlo.

El otro día, Canal Plus pilló "in fraganti" a Bizzarri y Caminero llamando "hijo de las cuatro letras" (copyright de Alfonso Azuara) delante mismo de las cámaras. El periodista, claro, grabó y grabó, y al día siguiente pasó la escenita íntegra, como mandan los cánones. Resultó llamativa la explicación del portero argentino: "nunca pensé que fueran a hacerme esto, ¡yo que incluso he ido de invitado a ese programa!" Otra vuelta de tuerca, y de nuevo el periodista convertido en "cabeza de turco" o cómplice del futbolista ("conmigo o contra mí"), como si el profesional de la información fuera un representante sin licencia FIFA. Bizzarri no fue capaz de reconocer su error y, como en el caso de Quevedo, tampoco fue realmente consciente de su actitud hasta que esta salió reflejada en la televisión. ¿Será realmente cierto que nada es verdad hasta que no aparece en la tele?... Hay que ver lo poco que me duran últimamente los mitos; en la primera línea de este artículo, Quevedo era mi hombre; en la última ya no lo es. No es que el futbolista fuera valiente al decir lo que dijo, sino que no era consciente de lo que estaba diciendo. Al menos no hasta que, por fin, salió en la tele.

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