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Ahora que ya no le da al "fumeque" y que come bien y a sus horas, y que hasta se ha permitido el lujo de engordar unos kilitos e incluso asoman por sus mejillas unos burgueses coloretes, Joaquín Sabina ya no parece del Atleti. Antes, cuando estaba tan flaco que cuando se colocaba de perfil era totalmente invisible, sí parecía del Atleti, pero ahora ya no. Ahora que está gordo y luce perilla a lo Fernando Hierro se parece más a un socio abonado del Real Madrid; sólo le falta su Davidoff y su copita de Don Perignon, y su banderita de Raúl y las nueve Copas de Europa y ¡hala... al Bernabéu! Pero no. Aunque Sabina ya no parezca del Atleti, lo sigue siéndo. En su último trabajo –"Dímelo en la calle"– aprovecha dos canciones (y una de ellas es además "la más bonita del mundo") para homenajear a su equipo de toda la vida, al Atlético de Madrid.

Sabina vuelve a demostrar con sus letras unos bíceps físicos y mentales de primera línea, una inspiración de la que hace gala. Por ejemplo, en "la canción más bonita del mundo" el cantante hace recuento de sus posesiones más preciadas: "yo tenía un botón sin ojal, un gusano de seda, medio par de zapatos de clown y un alma en almoneda, una hispano olivetti con caries, un tren con retraso, un carné del Atleti, una cara de culo de vaso..." Y entonces uno se da perfecta cuenta de que Joaquin Sabina sólo puede ser del Atleti, sólo puede ser un maldito, un (con todos mis respetos) perdedor. Y que además, como todos los colchoneros, encuentra un gustillo especial en el martirologio, en sangrar por la herida, en el sufrimiento y en los dolores de caneza por la famosa "senda de los elefantes". Sabina tiene los ojos del Atleti, esos ojos entornados y tristes, abrumados por tanta contrariedad.

En "Semos Diferentes" (banda sonora de "Torrente 2"), Sabina escribe: "En Malasaña y en Washington, en San Remos y en Hong Kong, mi Atleti, mi España y yo semos diferentes", que es otro de los signos claros de identificación rojiblanca: la diferencia. A ella se agarran como si de un clavo ardiendo se tratara, y conlleva dificultades, sobre todo en la más tierna infancia. Por eso el niño le pregunta a su padre "¿por qué somos del Atleti?", y el padre se queda atónito, mudo y sin respuesta, porque esa pregunta es inesperada y porque el padre ya no recuerda cuando se la hizo él mismo al suyo, "¿papá, y por qué somos nosotros del Atleti?". Sabina concluye lo que cualquier colchonero serio: "para nosotros el resultado es lo menos importante", y ahí es donde los rojiblancos ganan la batalla a los equipos siderales y les hacen añicos sus esquemas. Porque si el marcador no importa... ¿qué es lo que importa? Pues justamente eso: ser del Atleti contra viento y marea, sin explicación lógica. Incluso gordo y de gira por "San Remos", don Joaquin seguirá teniendo esos pequeños ojos negros y tristes. Ojos del Atleti.

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