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Recuerdo el olor que desprendían los "Rip Kirby" que mi padre me compraba en El Rastro; era diferente, ni mejor ni peor, que el que surgía de los "Capitán América" o "1984", y muy distinto al que, años más tarde, emanaban los primeros ejemplares de "El Independiente"; muchas veces salía de la radio y me iba directo a la calle Marqués de Riscal para leerlos y olerlos, todo a la vez y muy deprisa, porque el olor a tinta fresca se evaporaba rápidamente como no queriendo desviar la atención de la lectura del diario.

Recuerdo el olor de "fusfris" de los cines y me veo presenciando "Tiburón" (luego estuve un año sin querer meterme en el agua) y no olvidaré jamás el olor a habano, puro tabaco surgido del estadio Santiago Bernabéu en la final del Mundial de 1982 que se jugó en nuestro país. Huelo a habanos y veo al presidente Pertini dando saltos de alegría y al Rey Juan Carlos dándole palmaditas en la espalda, y veo a Conti volviendo loco de remate a Brieghel y a Tardelli marcando un golazo. Lo veo todo porque lo huelo, porque el fútbol tiene un olor característico, un aroma rápidamente identificable, el olor amargo del puro, el más dulzón de la pipa.

Ahora la FIFA quiere evitar que se fume en los estadios de fútbol y no lo entiendo. Dirán ustedes que soy un fumador y se estarán equivocando. Como todos los chicos de mi edad tonteé con el tabaco y nunca conseguí que me apeteciera dar la segunda calada. No soy fumador, pero tampoco pertenezco a la "Liga antitabaco" y, además, según dice quien sabe de esto, el humo del habano no se traga.

Joseph Blatter impedirá que se fume en Japón y Corea, pero no que se beba cerveza, ni tampoco que las grandes multinacionales deportivas continúen empleando a chavales como carne de cañón para la fabricación de sus zapatillas y balones. Otra gran ironía añadida al hecho de que un fumador pasivo defienda el derecho del admirador del habano y el adorador de la pipa a llevar a cabo, cada quince días, su pequeño ritual dentro de otro más grande, el del show deportivo. Cuando el fútbol no huela a "Dunhill" o "Cohiba" ya no volveré a ver en acción caracoleando a don Juan Gómez y tendré que recurrir a aquella vieja fotografía que, hace ya demasiado tiempo, nos hicimos los dos en el hotel Monterreal de Madrid.

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