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Y qué quieren que les diga. A mí personalmente me resulta muy gracioso el hecho de que un presunto gordo pueda ganar su segundo balón de oro el próximo dieciséis de diciembre, y que el diecisiete conquiste el Fifa World Player 2002... ¡Así cómo no se va a acabar el mundo futbolístico conocido el dieciocho del mismo mes! Según desvela la revista “Interviú” en su último número, los problemas de Ronaldo con la báscula no vienen de ahora sino que arrancan de su estancia en el Inter de Milán. José Manuel Muñoz desvela una conversación entre el implacable Héctor Cúper y el presunto obeso en la que, ante la insistencia del técnico argentino para que el delantero brasileño se subiera al peso, éste acabó la discusión de la siguiente guisa: “¿Acaso piensa que estoy gordo? Mister, le aseguro que estoy perfecto, en mi peso”. Y no se pesó.

Yo creo que si existe la “presunción de inocencia”, ésta debe extenderse también hacia la obesidad, “presunta” hasta que no se demuestre lo contrario. Y también a la (presunta) golfería. ¿A santo de qué ensañarse con el pobre Romario sólo porque entre sus hábitos se encontraba el de ir clausurando, una por una, todas las discotecas de Barcelona? Otra cosa bien distinta es que aquello afectara a su rendimiento, pero quedó sobradamente constatado que no fue así y que Romario seguía marcando goles como churros. Hay entrenadores (Cúper, Van Gaal, Passarella...) que pretenden cortar a todos los futbolistas por el mismo patrón, y eso es imposible.

Si yo hubiera sido Ronaldo tampoco me habría subido al peso. Sus kilos no fueron, desde luego, los que impidieron que el Inter de Milán lograra el scudetto. Y por eso me resulta muy simpática la escena del delantero campeón del mundo recogiendo el balón de oro correspondiente al mejor futbolista del año 2002, por delante de auténticos modelos como Patrick Kluivert o Zinedine Zidane. Eso incide, por otro lado, en una cuestión conocida por todos, y es que al fútbol se juega realmente con la cabeza y no con los pies, como siguen insistiendo los ingleses. Puskas estaba gordito, pero pensaba más rápido que su rival. Esa habilidad suya le convirtió en el mejor.

Por eso exijo la presunción de inocencia para Ronaldo, este presunto gordo que, si ni el tiempo ni las autoridades lo impiden, parece será elegido mejor futbolista del año que ahora concluye. Y es que este chaval va a terminar por acogerse a la tercera enmienda cada vez que le pregunten por su peso, como pasa en las películas americanas. “¿En qué nevera se encontraba usted el 15 de marzo a las 21.15 horas?”... No diré nada, a menos que sea en presencia de mi abogado.

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