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Juan Manuel Rodríguez

Príncipes de la Ciudad del Fútbol de las Rozas

Victoriano ha infantilizado tanto a sus árbitros que, en el instante en que una jugada polémica sacude la Liga española, éstos se ponen a llorar o, como en el caso de Rodríguez Santiago, sacan a pasear su victimismo más demagógico y casposo

El problema de esta nueva generación de árbitros españoles es que Victoriano Sánchez Arminio los ha mimado hasta tal extremo que han llegado a transformarse en auténticos Jaimitos que van por ahí echándole la culpa de sus fallos a los demás. No se te ocurra aplaudirle a un árbitro español porque te echa a la calle. Ni tampoco cruces con él una mirada. No hables. No te muevas. No respires. No te inmutes, ni tampoco te acerques demasiado a ellos no vaya a ser que se caigan redondos al suelo, desmayados, desinflados, deshidratados, babeando y con los ojos en blanco como si les hubiese fulminado un rayo dirigido contra ellos desde el cielo. No se te ocurra preguntarle sobre una jugada polémica a un árbitro español de Primera División (dieciséis millones al año) porque simplemente no está, o está durmiendo, o no coge el teléfono, o está en su segundo trabajo, o puede que no haya nadie en el Comité.
 
Victoriano ha infantilizado tanto a sus árbitros que, en el preciso instante en que una jugada polémica sacude la Liga española, éstos se ponen a llorar o, como en el caso concreto de Rodríguez Santiago, sacan a pasear su victimismo más demagógico y casposo y tienen la ocurrencia de decir, por ejemplo, que ellos al fin y al cabo no han matado a nadie. Es obvio, querido Julián, que tú no mataste a nadie el pasado domingo en Montjuic porque de lo contrario te informo de que habrías ingresado en prisión. En Montjuic, apreciado Julián, sucedió que te equivocaste y cometiste un error en la aplicación del reglamento que pudo presenciar España entera. Tu único problema, amigo Julián, es que, al contrario de lo que hubiera hecho cualquier persona madura en tu caso, decidiste quitarte de en medio echándole la culpa al empedrado.
 
Esto jamás hubiera sucedido con José Plaza. Plaza se partía la cara por sus árbitros y les dejaba a ellos mismos que explicaran sus decisiones. Incluso las decisiones más polémicas. No tengo ningún inconveniente en que Julián Rodríguez Santiago, aún sin conocerle de nada, me cuente la historia de su vida, pero siempre después de que me explique qué pitó exactamente en el gol del españolista Jarque. Al insistir en decirnos que él no pitó, o que pitó la grada, o que pitó un primo suyo de Valladolid, lo único que está haciendo es ofender la inteligencia de todo el mundo. Y eso no se le puede consentir ni siquiera a un Príncipe de la Ciudad del Fútbol de las Rozas. Desciende a la tierra, Julián, y serás bien recibido. Y no nos cuentes más milongas.

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