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Juan Manuel Rodríguez

Queda inaugurado el año Robinho

yo rogaría a aquellos que quieren convertirle ya, sin mayor dilación, inmediatamente, en el nuevo santo merengue que frenen un poquito su fervor hacia el mosquito

Queda inaugurado el año Robinho. Contra el modestísimo Cádiz de Víctor Espárrago este nuevo "diez" madridista (hubo otro "diez" inmediatamente antes que él, un portugués que revolucionó el mercado futbolístico hace cinco años y que el sábado jugó con el Inter de Milán, no sé si recuerdan) tenía sólo dos posibilidades: generar las primeras dudas alrededor de su supuesto fútbol estratosférico o debutar mostrándonos a todos el tipo de jugador que es. Robinho, que inevitablemente se moverá entre el bien o el mal absolutos el resto de su carrera deportiva y que nunca podrá agarrarse al siempre oportuno matiz, prefirió pedir el balón desde el preciso instante que salió al campo, erigiéndose en líder indiscutible del fútbol atacante de un equipo que continúa exactamente con los mismos problemas con los que le dejamos allá por el mes de junio.

Salta a la vista que Robinho es un buen futbolista. En veinticuatro minutos fue capaz de rescatar a su equipo y, tras hacer un sombrero y más tarde una bicicleta, fabricó la jugada del gol de la victoria madridista. Pero yo rogaría a aquellos que quieren convertirle ya, sin mayor dilación, inmediatamente, en el nuevo santo merengue que frenen un poquito su fervor hacia el mosquito hasta comprobar cuántas bicicletas y qué clase de sombreros fabrica el chaval, por ejemplo, contra el Fútbol Club Barcelona en el Nou Camp. A favor de su entronización juega el hecho de que, al menos contra el Cádiz, no se arrugase lo más mínimo. Y no creo que el ex del Santos, que llegó el viernes a España procedente de Brasil, supiera que el Cádiz ha sido durante más de diez años equipo de la Segunda División. El se limitó a jugar y, durante el poco tiempo que permaneció sobre el césped, lo hizo a las mil maravillas. Su ventaja también es que llega con madre incorporada. Los inviernos en Madrid son largos, fríos, en ocasiones solitarios, y con Ronaldo y Roberto Carlos como cicerones no saldría de un catarro para meterse rápidamente en otro. Es preferible encontrarse con un plato de sopa caliente nada más abrir la puerta de casa.

Está tan huérfano este Real Madrid de futbolistas imprevisibles que lo único que me da un poco de miedo (por el chico, naturalmente) es que alguien quiera jugar con él a romper la velocidad de la luz. Me parece que a este futbolista no le dejarán elegir jamás la neutralidad ni mucho menos podrá quedarse cómodamente instalado en ninguna frontera. Lo suyo, ya lo verán, será el blanco o el negro; no habrá gris para él. Pero me parecería injusto que pretendieran ahora que este pequeño Robinho remolcara a un Real Madrid tan enorme y con unos problemas tan evidentes. El chico parece listo. Tanto como para no necesitar un pinganillo para saber cómo regatear al defensa rival y a qué compañero pasarle el balón en el momento adecuado.

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