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Hoy he vuelto a entrar en una pista de tenis. Al principio se me había ocurrido construir la primera frase del artículo de hoy de otra forma, así: "hoy he vuelto a jugar al tenis", pero lo que acabo de hacer y montar en un globo aerostático tienen la misma similitud con el deporte que practican Agassi, Sampras, Hewitt o nuestro Alex Corretja. Si convenimos en bautizar como "tenis" a lo que he jugado yo esta mañana, a lo que hacen los cuatro caballeros anteriormente citados habrá que llamarlo de otra forma. Es cierto que había mucho viento -la tradicional excusa de los malos jugadores-, pero no lo es menos que mi "Wilson" tenía vida propia, como si tras haber permanecido un año entero olvidada, reposando arrinconada, hubiera decidido jugármela delante de mis viejos cofrades: "¿qué pretendes ahora, que te respete? Lárgate con viento fresco chaval, aquí no se te ha perdido nada".

¡Cómo pasa el tiempo! Hace años llegué a dominar lo que David Foster Wallace llama "estilo defensivo clásico", y Martin Amis, mucho más violento, conoce como "devolución cobarde". Poseedor de un "drive" particularmente poderoso -hablamos, claro, de un circuito muy limitado, ni mucho menos regional, si acaso tribal-, el golpe de revés siempre me trajo de cabeza. Era tan notable la diferencia entre ambos que empezó a circular el "run run" de que a mí se me ganaba fácil jugándome siempre al revés. Y el tenis es un deporte tan solitario y psicológico que el simple hecho de que ese rumor estuviera "en la calle" empezó a complicarme la existencia y a hacerme perder partidos, muchos partidos. Trataba de protegerme el revés pero al hacerlo -soy diestro y al querer golpear con mi "drive" dejaba totalmente desguarnecida mi derecha- me convertía en presa fácil, un pichoncito a punto de caramelo.

Yo, como le sucede a mi admirado Foster Wallace, no creo que ningún jugador que no esté clasificado entre los diez mil primeros del mundo tenga la más remota idea de lo realmente difícil que es llegar a jugar bien a este deporte. Hoy un amigo ha decidido venir a vernos a la pista con su hijo pequeño en los brazos. Alguien le ha preguntado "¿te gusta el tenis?", y el niño -un optimista nato- ha respondido "sí", señalándonos. "Y si te gusta el tenis ¿qué haces aquí", le he dicho, aunque él no ha entendido nada. Lo hará con el tiempo. Yo por mi parte, y para no seguir agraviando al deporte que más quiero, me voy pasando con disimulo a ese otro de nuevo cuño, de camisas "Ralph Lauren" y corte neoliberal que dicen suele practicar el presidente Aznar. Y no es que sueñe con ser ministro en alguna futura remodelación, nada más lejos de la realidad.


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