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Era previsible que Juan Román Riquelme fracasara estrepitosamente en su primera (¿última?) temporada en el Fútbol Club Barcelona. En contra del futbolista no jugaba sólo su desesperación por salir cuanto antes de Boca Juniors sino también el hecho de que Joan Gaspart le fichara exclusivamente para dar un golpe de efecto. Riquelme sabía que era un "fichaje político" y que llegaba a su nuevo equipo (nueva Liga y nuevo país) en contra de la voluntad –reiteradamente en público– también de su nuevo entrenador. En definitiva, que a Riquelme le hicieron la puñeta al fichar por el Barcelona. No era tampoco el mejor momento para venir al club azulgrana, en medio de una crisis galopante tanto deportiva como institucional. Y J.R. no es Maradona.

La escena protagonizada el otro día por el introvertido y genial futbolista argentino supone el "canto del cisne". ¿Cómo es posible que Van Gaal no quisiera en su equipo a un futbolista como ese? Es más... ¿Cómo es posible que tampoco parezca entrar ahora en los planes de Antic? El "enigma Riquelme" sigue sin solución aparente y su gesto –negándose a darle la mano a su entrenador tras el cambio contra el Valladolid– no indica nada bueno. Riquelme se va metiendo cada vez más en su burbuja, negándose a salir de ella. En Argentina era el rey indiscutible, el sucesor del gran Maradona; aquí es sólo uno más, ni siquiera eso: en el Barcelona es el último mono y nadie ha podido (o sabido) explicarle por qué.

Es como si a Riquelme le hubieran desactivado. Yo creo que ahora tendrá que emprender el camino de regreso hacia Argentina. Igual que existen futbolistas corajudos que saldrán adelante en cualquier circunstancia, los hay también –y este es el caso que nos ocupa– de jugadores ciclotímicos, tendentes a la ansiedad, proclives a venirse rápidamente abajo cuando las cosas no salen como ellos tenían previsto. Juan Román no ha sabido asimilar su suplencia y la transición a un club tan complejo y con tantos problemas adquiridos como el Barcelona.

El hombre que tumbó él solito al Real Madrid en la Copa Intercontinental (quizás sólo por eso lo contrató Gaspart) se ha metido en un callejón sin salida. Van Gaal era un entrenador complicado pero no menos que Antic. Nada más ver el gesto despreciativo del argentino, alguien me dijo lo siguiente: "Radomir no le va a perdonar eso jamás". Estoy de acuerdo. Aunque, a estas alturas, la cuestión es probablemente otra bien distinta: ¿le importa a Riquelme? Sinceramente, creo que no.

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