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La mesa de mi escritorio está adornada por “Tip” y “Tap”, las mascotas del Mundial de 1974. Al rubio y alto (no sé si este es “Tip” o es “Tap”) se le cayó accidentalmente la cabeza, pero conseguimos unirla artesanalmente de nuevo al cuerpo. Ladeado, como si sufriera un ataque agudo de lumbago, abraza al bajito y moreno que con su brazo derecho agarra un balón. Ambos sonríen, y también lo hago yo porque aquellas figuras me las trajo mi padre hace más de veinticinco años, y aquello me trae muy buenos recuerdos. Aquel Mundial del 74 lo ganó Alemania en una final que se le complicó muchísimo contra Holanda. La “naranja mecánica” sacó de centro, tocó diecisiete veces el balón sin que el rival pudiera impedirlo, hasta que Cruyff se adentró en el área y Vogts tuvo que zancadillearle. Era el primer minuto de partido y el equipo alemán ya perdía por 0-1. Pero terminó imponiéndose porque probablemente alguien, antes de disputar aquel partido, le faltara al respeto.

Me hubiera gustado ver la final de este domingo pero con Michael Ballack sobre el campo. Creo que habrían cambiado mucho las cosas. Pero como son los vencedores quienes escriben la historia, dentro de veinticinco años sólo se hablará de Ronaldo, el máximo goleador en Japón. Durante treinta días a Neuville, Hamann, Klose y compañía les hemos repetido insistentemente que ellos no eran Beckenbauer, Muller o Breitner. Pero es que Ronaldo, Rivaldo, Lucio o Denilson no son tampoco ni la sombra de Pelé, Rivelinho, Tostao o Jairzinho, componentes del Brasil mágico que ganó en Mexico-70. Una de las imágenes de este campeonato que acabamos de cerrar será la de todos y cada uno de los jugadores brasileños rezando juntos, unidos, agradeciéndole a Dios este Mundial. Y hacen bien en agradecérselo.

Es curioso que Oliver Kahn, el mejor portero del mundo, cometiera el fallo infantil que sirvió para regalarle a Ronaldo el primer gol de la final. Hasta ese preciso instante, Alemania había anulado al delantero del Inter cortándole el suministro proveniente de Rivaldo y Ronaldiño. Sin un medio centro capaz de hilvanar una sola jugada, Brasil no tenía la pelota cuya posesión era casi exclusivamente para Alemania. Aquello no impidió que Ronaldo tuviera dos ocasiones clarísimas de gol, pero la final había que jugarla. Al empezar la segunda parte el equipo de Voeller la tuvo en sus manos, y luego llegaron los goles de Ronaldo. Alemania ha sido el subcampeón más digno de toda la historia de los Mundiales, y como me dijo Cesar Luis Menotti el pasado jueves “Brasil ya no tiene samba”, aunque el equipo de Scolari sea también un digno vencedor. Enhorabuena a los pentacampeones. Y un respeto para Alemania. Porque Jeremies no era Muller, pero Ronaldo tampoco era Pelé.

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