El debut de Luis Aragonés como seleccionador nacional de fútbol no ha podido ser menos excitante, provocativo e ilusionante de lo que ha sido. El otro día, recordando sus tiempos de jugador, el míster decía que para él no existía un instante de mayor orgullo personal que cuando le llegaba la hora de vestir la camiseta de España; y para definirlo lo más gráficamente posible, lo explicaba de la siguiente guisa: "aquello me ponía los vellos de punta". Pues a mí, sinceramente, ni los vellos, ni nada de nada. Y seguro que al resto de aficionados que aguantaron estoicos ante el televisor lo único que les entró fueron unas enormes ganas de escaparse de puntillas.
El mensaje patriótico de Luis es modélico en la forma -como lo fueron antes también los de Clemente o Camacho- y tras escucharle te entran unas ganas locas de salir a la calle a cantar el himno nacional (después de inventarte la letra), pero en el fondo hubo más de lo mismo. E igual es ahí donde reside nuestro verdadero problema. El propio Luis señaló a la conclusión del amistoso ante Venezuela que "el fútbol es de los futbolistas"... Y la pregunta es la siguiente: ¿tenemos futbolistas de suficiente garantía para afrontar con posibilidades de éxito una competición de envergadura como la pasada Eurocopa o el próximo Mundial?... Yo creo sinceramente que no; o por lo menos no como para hacer ese papelón que siempre esperamos todos que nos caiga llovido del cielo, cuando de allí -como sucedió recientemente en Portugal- sólo nos caen rayos y truenos, y nos llueve más que cuando enterraron a Zafra.